Hong Kong es una región administrativa especial caracterizada por tener su propia moneda, su propia legislación y una mayor libertad respecto al régimen. Pero la isla de Hong Kong es sólo una pequeña parte de lo que en realidad todos creemos que es Hong Kong...
Explicar qué y cómo es Hong Kong no es tarea sencilla. Para comenzar, hay que aclarar que Hong Kong es una región administrativa especial, por lo que se rige de forma diferente al resto de China en algunos aspectos: pequeñas diferencias que la hacen grande. La moneda es diferente (HK$ en vez de RMB) así como la apertura al mundo: para viajar a Hong Kong no se necesita visado siendo europeo así como hay cierta tolerancia frente al régimen. Allí, además, Facebook, Twitter y Google funcionan sin censura.
Hong Kong está formado por varias islas y una península, superficie de las cuales el 75% son reservas naturales, dejando habitable únicamente el 25% restante. De ahí que todo esté tan saturado. Los rascacielos se levantan en cualquier esquina y a pesar de que el Skyline es impresionante, también encuentras rascacielos tan altos por el resto de la ciudad.
De estas islas, sólo una de ellas es la que recibe el nombre de Hong Kong, conocida por su famoso Skyline con todos sus edificios rascando el contaminado cielo.
A pesar del Skyline, del choque cultural, de los llamativos colores y del hecho de que el centro de la ciudad se halle en una isla, la verdad es que la ciudad en sí me dejó un poco fría. Quizás no es lo que esperaba de China, o quizás es que no le encontré el encanto que buscaba en mi primer destino.
Quizás es que Hong Kong es, como comprendería después a lo largo del viaje, un pequeño oasis dentro de China. Un trocito de tierra de nadie, donde los chinos aventurados a salir del país, huelen el aire, cargado de libertad, que les acerca un poquito al resto del mundo occidental. Y ahí reside su encanto. Hong Kong es la puerta donde dejar tus gafas culturales, tu tenedor y zapatillas, para poder adentrarte, ya preparado, en el resto del país.
Pero esto era demasiado filosófico, y demasiado profundo, para un principio de viaje. Entonces, desde el paseo de las estrellas del distrito de Kowloon, frente a la isla de Hong Kong, embobada con las luces del Skyline, veía una ciudad, sin mucho más secreto que sus imponentes rascacielos, que eclipsaban la noche con sus luces de colores.
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