La historia del independentismo, de la guerra y del tsunami de Banda Aceh llegaron a mis oídos directamente de su boca. Juntos, unidos. Como si lo uno fuese ligado directamente del otro. Porque tuvo que llegar lo segundo para que acabase, al fin, lo primero.
Conocí esta historia hace apenas tres meses, cuando visité Banda Aceh, y la comparto con vosotros hoy, diez años después del desastre, tal y como me la contaron a mí.
Acompañados de una cerveza, en Pulau Weh, una isla paradisiaca cercana a la ciudad de Banda Aceh, él me contaba su historia. No pestañeba. No dudaba.
Nada sabía yo de la larga historia de Banda Aceh y entonces, con el frescor de una cerveza, bajo el ritmo de una canción de Bob Marley y la tenue luz del hostal la historia explotaba de sus labios. Pero él no pestañeaba.
Un terremoto, un tsunami y millares de víctimas; eso era todo lo que yo sabía de Banda Aceh. Y sin embargo, eso fue lo de menos, me dijo. El tsunami fue el castigo, algo que nos merecíamos por matarnos entre nosotros. Por pelearnos. Por alejarnos de los caminos de Alá. Y aunque yo no entendía nada, seguía escuchando. No quería interrumpir. Al fin y al cabo, aunque lo que decía me sonaba contradictorio, yo no sabía nada de esa historia que tan sólo estaba comenzando.
Lo que sí sabía es que Banda Aceh es, como Indonesia, mayoritariamente musulmana, rozando allí casi el 100% de musulmanes. Banda Aceh, de hecho, significa "puerto a la Meca" ya que fue por este puerto por donde los indonesios tomaron por primera vez contacto con el Islam.
Él continuó con su historia. Me contó cómo la región de Aceh siempre se definió por sus aspiraciones independentistas y su sueño de autodeterminación. Y a pesar de las pequeñas concesiones ofrecidas por el gobierno central, Aceh nunca dejó de pelear por su sueño. Hasta que un día de 1976 el sucesor del trono del sultanato de Aceh declaró la independencia e hizo un llamamiento a la lucha para conseguirla.
Hizo una pausa, como esperando una respuesta de mi parte que nunca llegó. No sabía qué decir. No sabía qué se suponía que tenía que decir. Entonces todo empezó. La inseguridad, los asesinatos y los secuestros. Mi padre estaba continuamente fuera porque estaba metido en todo el lío, hasta que un día, cuando volví del colegio, había un hombre en casa que tenía a mi madre. Estaban esperando a mi padre. No pudimos hacer nada. Cuando mi padre llegó a casa el hombre lo mató con un tiro en la cabeza. Después hizo lo mismo con mi madre. Yo estaba delante, pero me dejó con vida. Sólo era un niño.
Me miró. Y no pestañeó. Una vez más no supe qué decir. Creo que se me escapó un Sorry, es una historia triste. Él negó con la cabeza. Es mi historia, me dijo. Ni siquiera soy capaz de recordar qué bando defendía su padre. Creo que la verdad es que no le di importancia. O él no se la dio. Supongo que los dos éramos conscientes de que lo mismo daba, lo mismo podría haber sucedido en cualquiera de los dos bandos.
Sonrió. Poco después llegó el terremoto y después el tsunami. Murió mucha gente, pero la mezquita se salvó. Totalmente. Puedes ver las fotos en el museo del tsunami de Banda Aceh. Todo quedó realmente destruido, menos la mezquita, donde pudo resguardarse muchísima gente.
Y a pesar de ser sus propios labios los que me contaban la historia, y de las fotos que pude ver por mi misma, me costaba imaginarme aquella ciudad, tan bonita, devastada por el tsunami.
Yo no estaba en Aceh en ese momento y no viví el desastre, pero todo el mundo lo sabe. Fue Alá quien nos mandó ese mensaje. Automáticamente la guerra finalizó. Aceh se abrió al gobierno central, a los países extranjeros, recibió su ayuda y gracias a ellos la ciudad se recuperó pronto. La guerra acabó. Los indonesios dejaron de matarse unos a otros y, desde entonces, Banda Aceh vuelve a ser una ciudad segura, con ciertas concesiones que le dan un carácter de región especial.
Tras su reflexión callé. Guardé silencio. Qué podía decir yo si todos mis esquemas estaban rotos. Si nunca podría llegar a saber todo lo que aquel chico había vivido, si nunca podría llegar a entender sus conclusiones. Porque me costaba entender un tsunami como algo positivo. Y porque, aunque algo confundida conmigo misma, me alegraba de que así lo sintiesen Porque no podía creer en la existencia de un Dios, tan malévolo. Tampoco quise discutir sobre porqué el tsunami rompió sobre el resto de zonas, si allí no había una guerra previa. Lo único que me quedó fue alegrarme. Por el fin de su guerra. Y pensar que, quizás, los desastres tienen una cara menos mala: la de unir a las personas, la de las demostraciones de solidaridad y humanidad, y la de conseguir que olvidemos el resto de asuntos, haciéndonos comprender que la muerte ya llega sin necesidad de que seamos nosotros quienes empuñemos un arma.
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escalofrios es lo que siento.poniendome en su lugar....aunque si no lo vives no creo que se pueda hacer tan facil....una historia extremecedora ,no me extraña que no supieras que decir
Me ha encantado Patri!! :*
Patri, gracias por contarnos estas historias que son tan reales y por compartir con nosotros tus vivencias. Yo me quedo con esta frase: "la muerte ya llega sin necesidad de que seamos nosotros quienes empuñemos un arma" Mira si es estúpido el ser humano en su propia naturaleza, que en toda su Historia no hay un momento en que no la haya empuñado.