Tras un par de noches en Mae Hong Son un poquito peores de lo normal, cuando empezaba a dudar de todo, me encontré con Pai, la ciudad que me daría tantas respuestas que me enamoraría.

Volví a pasar unas cuantas horas en uno de esos autobuses mortales que recorrían las sinuosas montañas del norte de Tailandia a una velocidad de infarto, al menos a 30 por hora. Aunque parezca extraño, disfruto de cada uno de esos momentos en los autobuses locales. Todo se vuelve tan real, y todo ocurre a una velocidad tan baja, que te da tiempo a pensar en cosas que ni se te ocurrirían en un primer momento. Y entre pensamiento y pensamiento, llegué a Pai, una ciudad polvorienta, extremadamente dirigida al turista, compuesta básicamente por Guest Houses, que me enamoraría sin remedio. Y eso ¿por qué?

hay ciudades que te atrapan por su gente, otras por las experiencias vividas, otras por los buenos momentos que se convierten en recuerdos, y otras... porque te enseñan tanto, que quererlas es lo menos que puedes hacer por ellas. Pues puede sonar raro, pero Pai me abrió los ojos en muchas cosas, me enseñó que no todo tiene porqué ser complicado, que a veces elegir lo sencillo no es tan malo y me devolvió a la vida social.

Mi estancia en Mae Hong Son no había sido todo lo sencilla que una desea. Llamémosle soledad o aburrimiento, lo mismo me da, pero el caso que el despedirme de una amiga con la que había conectado e irme a un pueblo perdido entre las montañas no fue la mejor decisión que una puede tomar. Y así llegué a Pai, preguntándome qué me esperaría en aquel pueblo que ya antes de empezar mi viaje apunté en un rinconcito de mi libreta, un pueblo del que muchos blogs hablaban y que, por la carretera que llevaba hasta él, parecía que nadie sería capaz de llegar hasta él. Por supuesto, me equivoqué.

El pueblo, cuatro calles polvorientas, estaba repleto de guest houses, tiendas, agencias de viajes y restaurantes. Todo ello, para qué negarlo, con un toque bastante occidental. Pero todo se hizo fácil en Pai. Todo era barato, asequible y fácil de conseguir. Y aprendí que, de vez en cuando, no viene mal una reoccidentalización, buscar lo fácil. Relajar el cuerpo, y la mente, y dejarse llevar. Y qué más daba si Pai no es Tailandia.

Así que me dejé llevar por Pai. Por su estilo de vida. Allí la gente no madrugaba para viajar. Nadie parecía estresado por el tiempo, por el presupuesto o pensando cuál sería su próximo movimiento en el mapa. Y copié el estilo. Parecía sencillo.

Descubrí entonces también que existe una ruta establecida, que no está escrita en ningún lado, pero que todos conocen. Y que si no te apartas de ella, nunca estarás sola. También es verdad, que si nunca te apartas de ella, nunca verás lugares especiales, auténticos. Aprendí, e interioricé, que parecía lógico que lo mejor sería mezclar ambas cosas, y disfrutarlas así. Aprovechando los lugares más concurridos para relajarme, y poder así disfrutar después aquellos más solitarios, poder sentirlos más intensamente. Vivirlos.

También hubo allí quien entre plato de arroz y plato de arroz me habló de la importancia de la gente que conoces en un viaje y la menos importancia de los lugares que visitas. Pensé en mi paso por Mae Sariang y no pude hacer otra cosa que darle la razón. Decidí ahí, que si en un momento dado creía que una amistad valía la pena para hacer un pequeño cambio en mi itinerario, lo haría. Sin remordimientos. Al fin y al cabo, muchas veces, el viaje es la gente que conoces.

Y fue también en Pai donde alquilé mi primera moto. Superé mis miedos a hacer el ridículo (nunca había conducido una moto sin "supervisión") y donde aprendí que hay ciudades donde el alquiler de una moto debería ser obligatorio. Aunque a decir verdad... eso ya lo había aprendido en Mae Sariang.

Y aprendí a ser libre en un país que no te pertecene. A sentirlo un poco tuyo.

Y descrubriros Pai se lo dejo a las imágenes.

¿QUIERES ESTAR AL DÍA DE TODO? ¡SUSCRÍBETE!