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Mi trekking en Luang NamTha y porqué no me presentaré al próximo Conquistador del Fin del Mundo

Mi segundo día de trekking en Luang Nam Tha, Laos. Mi sufrimiento, mi cansancio y las abejas.

Os contaba en el útimo post porqué decidí que Luang NamTha sería el lugar donde realizaría mi primer trekking, cómo de movido se dio mi despertar el día en cuestión y el primer día de caminata hasta el alto de una colina donde estaba aquel poblado de la tribu Lahú. Pero yo no sabía, aunque me lo imaginaba, que quedaba lo peor. Aquello que sobre el papel quedaba tan bien, se me antojó entonces una broma de mal gusto.

Segundo día de trekking en Luang NamTha: trekking de dificultad moderada, 7-8 horas de caminata por la selva, para acabar durmiendo en mitad de la selva sobre hojas de platanero que vosotros mismos prepararéis

Pero no quiero adelantarme. Que si no pensaréis que no hago más que quejarme. Os cuento mi segundo y tercer día de aventura, y cada uno que opine después.

Día 2: Trekking de dificultad moderada y noche sobre hojas de platanero

Nos despertamos en las camas de bambú. Había dormido bien, me sentía descansada, pero apenas eran más de las 6 de la mañana. Y es que aquí amanece muy temprano, y el día comienza muy pronto. Viendo que nadie más se movía, cerré los ojos y me giré sobre mí misma. Si para los demás no era la hora de despertar, para mí tampoco. La siguiente vez que abrí el ojo una anciana de la tribú lahú nos miraba a través de la mosquitera. Curiosa. Sus ojos, y sus gestos, parecían decir que no había visto algo así nunca. Y no teníamos nada de especial. Parecía preguntarse cómo esos cuatro occidentales podían dormir todavía a pierna suelta a pesar de ser ya más de las 7. Reincorporándome le sonreí, aunque fue una sonrisa sin respuesta. Ella, encorvada, parecía no entender nada. Ni siquiera mi sonrisa. La sensación de estar en un zoo fue quedándose a un lado y me acostumbré a sentirme observada por ella. Al fin y al cabo, así es como llevo yo observando a la gente durante todo este tiempo que llevo viajando.

Poco a poco todo el mundo empieza a moverse. El guía, mientras nos prepara el desayuno que no parece otra cosa más que las sobras de la cena del día anterior, parece excusarse por las horas a las que amanecemos. Al parecer nunca en el trekking se empieza tan tarde, pero nosotros parecíamos agusto y él necesitaba descansar. Su noche no fue tan tranquila como la nuestra y durante la noche tuvo que desandar lo andado para llegar hasta el primer pueblo del que salimos para hacer de intermediario entre los dos pueblos. Y volver. Mi boca permanece abierta y me toco la frente para saber si he entendido bien. Y todo eso ¡en chanclas! ¡Y de noche! Sin duda, está hecho de otra pasta.

Tras desayunar nos invitan a una casa del poblado. Allí se encuentran, al menos, quince personas. Es una casa humilde, sin ningún tipo de lujos. Sólo un espacio donde pasar las horas a cubierto, con una cama de bambú y tres habitaciones de tamaño justo para una cama separadas por paredes de bambú. Nos miran y nos miramos. No hay opción de comunicación si no es por el guía. Alguien pregunta y el guía responde. Se ríe. Han preguntado porqué somos tan diferentes entre nosotros, si es que no somos de la misma "tribu". El guía trata de explicar que no sólo somos de tribus diferentes, sino que somos de países diferentes. Miran nuestras narices. Les gustan. Nosotros preguntamos, con filtro, intentando ser lo mas respetuosos posibles. Nos miran. Les miramos. Es una sensación tan curiosa, tan única, que me cuesta abandonar esa casa... pero la caminata me espera. A mi pesar...

Y es que, a partir de ahora, me preguntaré más de cien veces si es verdad que yo he pagado por esto. Si ese yo del pasado era consciente de lo que un trekking moderado suponía. Si yo sabía lo que eran 8 horas de trekking por la selva. Y por qué en mi cabeza el hecho de haber hecho unas etapas del camino de Santiago sonaba como una preparación más que suficiente. Comenzamos a subir. Aunque yo pensaba que ya estábamos en lo alto de una montaña. No podremos subir mucho más, ¡ ya estamos arriba!, me digo. No sabía todavía cuánto me equivocaba. Ni lo que me esperaba. Y menos mal, porque si lo hubiese sabido, quizás me hubiese quedado con la anciana del pueblo lahú.

trekking Luang Namtha

El guía, machete en mano, abre camino a través de la selva. A veces, las hojas que cubren el suelo están mojadas y me resbalo. Beso el suelo más de una vez. Me siento patosa. Mis compañeros parecen en su salsa, así que me dedico a quejarme sólo internamente. No vayan a pensar, que estoy sufriendo como nunca. ¡Que lo estoy! Pero que no lo sepan. Me he retorcido los dos tobillos, aunque en caliente nada duele. Me siento débil. Y, por si faltaba algo, comienza a dolerme el estómago. No, por favor. Que todo se quede donde está. Paro, me tomo un fortasec, y bebo un buen trago de agua. Al verme en esas mis compañeros se preocupan:  "are you ok?" Perfectamente ¡¿no me ves?!

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Cualquier parecido con una sonrisa fue pura pose para las fotos...

Tras una subida, que parecía que no acabaría nunca, nuestro guía decide descansar. ¡Por fin! Pero la felicidad me dura poco. Lo que le cuesta saber a todas las abejas del lugar que estamos ahí. Y es que nuestro olor a naturaleza pura parece gustarles. Cansada, sin saber cuánto queda y rodeada de abejas yo sólo quiero llorar. Y es que ¡qué miedo le tengo a las abejas! Me sorprendo a mí misma preguntándome cuándo moveremos de allí. ¿No ha sido ese descanso suficiente? Andando, al menos, las abejas no me molestan.

Retomamos la marcha. Caminamos por un desfiladero muy estrecho con vistas a una caída importante. El suelo resbala. Y yo ya he demostrado que no soy muy buena en esto del trekking. Sólo cruzo los dedos. Mira bien dónde pisas. Pronto llegaremos. Y tras un buen rato de caminata llegamos a una cabañita. Al fin, ya hemos llegado. Mi cuerpo empieza a relajarse... hasta que el guía dice que es aquí donde pararemos a comer antes de continuar. Y es que después viene la mayor subida. ¿Cóoooomo? Y cuando me faltaba un poquito para ponerme a gritar, llorar o patalear.... Vienen las abejas. Genial.

Disfruto como puedo del rato de descanso. Me tapo con la toalla para sentirme un poquito más protegida de las abejas, y observo como el guía me lanza una mirada divertida que no consigo descifrar. Pero que sabré qué significa una vez lleguemos a nuestro lugar de destino.

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Tras otro buen rato de caminata en el que me toca incluso trepar un poquito, volver a caer, esta vez de culo al tomar una bajada, y preocuparme por un enjambre de abejas y una piedra con la que el guía quiere jugar llegamos a nuestro destino. Está cerca de una pequeña salida de agua que viene de las montañas y no se ajustaba para nada a lo que mi mente entendía como un lugar donde pasar la noche. Pero estoy feliz. Hemos llegado y eso es lo que importa. Hasta que llegan las abejas. En masa. Yo que huía de donde había una abeja me encuentro rodeada por más de veinte abejas. Estoy de mal humor. Pero no puedo hacer nada. Estoy cansada, pero no me quiero quitar las zapatillas. El zumbido de las abejas resuena en mis oídos y me pregunto, de nuevo, si he pagado por eso. Entiendo ahora la sonrisa del guía. Él sabía lo que me esperaba a la llegada.

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Ayudando a nuestros guías cortamos y recogemos algunas hojas de platanero que hay por la zona. Las llevamos hasta la pequeña casita y las ponemos sobre el tejado y el suelo. A la vista, y con el cansancio, ni siquiera se me antoja tan incómodo.

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Es hora de hacer la cena. Con unas cañas de bambú que nuestro guía cortó en el camino improvisan unas ollas donde hervir el arroz. En otra de ellas cocinan flor de platanero, con algún vegetal y alguna hoja más... una mezcla que estará increíblemente buena. Y entre unas cosas y otras, empieza a anochecer. Las abejas, al fin, se marchan y llegan las polillas, que lo invanden todo, casi de forma poética.

cocinar en cañas de bambú

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Nuestros guías deciden retirarse... ¿a dónde? ¿y nos dejan aquí solos? ¿en mitad de la nada? ¿como supervivientes? Decido no escuchar demasiado a mi cabeza.... y tras una breve charla alrededor del fuego me retiro a mis aposentos. Estoy cansada y sólo quiero dormir. Una vez dentro de mi mosquitera y de mi saco compruebo algo que no esperaba: ¡las hojas de platanero son muy incómodas! Pero sin importarme mucho... me quedo dormida. Al fin el día 2 ha terminado.

arroz en bambú

Una vez cocinado el arroz, se rompe el bambú y se extrae el arroz en forma de cilindro (rodeado con hojas de platanero)

Día 3: Trekking moderado (3-4 horas) y vuelta a Luang NamTha

El zumbido de las abejas me despierta. Es intenso y lo siento cerca. Quizás cuando alguno de mis compañeros entró a las hojas de platanero alguna entró. Me despierto de golpe. Miro alrededor, no hay abejas. Todas están afuera. Cerca de mi cabeza, pero afuera. Esperando. No quiero salir. Pero tengo que.

El siguiente desayuno se quedará en mi memoria por ser el peor desayuno de mi vida. Hay tanta abeja invadiendo la comida que es complicado comer un poco de arroz sin preguntarte si estás comiéndote alguna. No quiero comer, no estoy disfrutando, pero si quiero andar después tengo que hacerlo. Como cómo y lo que puedo y hago saber que estoy lista. Sólo quiero olvidarme de las abejas y ponerme a andar (¿he dicho yo eso?)

El tercer día parece sencillísimo tras el día anterior. Continuamos subiendo, pero ya no es duro como el día anterior. Aparecemos en unos campos de arroz y descansamos en una pequeña cabañita de algún granjero. Ya no hay abejas. O sólo alguna. De pronto ya no les tengo miedo, ya no me agobio por tenerlas alrededor, al fin y al cabo ¡sólo son un par! Parece ser que la terapia de choque ha funcionado.

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La caminata la hacemos en dos tramos más. Tras comer a la orilla del río seguimos andando y llegamos a un tribu laosiana que está en la carretera. La aventura ha terminado. Me siento feliz. Orgullosa. Ahora todo parece menos malo, más divertido y empiezo a pensar que podría repetir. ¡Qué mala es la memoria humana!

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Los 6 supervivientes del trekking

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Y ya sólo queda esa merecida ducha...

2018-01-13T19:45:49+01:00

About the Author:

¡Hola! Soy Patricia. Viajo sola desde 2014, cuando cargando mil miedos en mi mochila dejé mi trabajo en una farmacéutica y me marché al Sudeste asiático sin billete de vuelta. Ya he recorrido sola 4 continentes. Enamorada de viajar sola, lento y a dedo, y luchando por sentirme cada vez más libre, ahora me dedico a animar a otras mujeres a hacer lo mismo siendo cabeza y manos del blog Dejarlo Todo e Irse.

4 Comments

  1. Anónimo at 19:00 - Reply

    Tu serias capaz de dormir hasta encima del hormigón.

    • prisxd at 15:39 - Reply

      Jajajajajaja. No puedo parar de reirme. Algo de razón tienes... hubiese tenido una foto bonita ayer en el autobús... y en el tren de bancos de madera! jajajaja

  2. Anónimo at 15:46 - Reply

    vaya aventuras...............aunque esta vez no me das envidia.....sigue disfrutando

  3. Anónimo at 18:52 - Reply

    ya te decía yo que lo de las abejas era acostumbrarte.si no las molestan no te hacen nada,si las espantas les parece que las atacas y ellas se defienden,...vas a venir toda una campeona .un beso

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