La regla general dice que al pregrino no le gustan las grandes ciudades. El campo, el verde, el aire fresco y el sonido el agua se cambia en cuestión de segundos por el claxon, el humo, las sonrisas horizontales, los ojos esquivos y los caminos grises repletos de cemento.
Sin embargo, la sensación de sentir Bilbao bajo mis pies ha sido, por el momento, una de las situaciones más mágicas de todo el camino. Una victoria, una ilusión, un reencuentro y, además, un punto de referencia importante en el que evaluar las sensaciones y fuerzas del camino.
Una vez puse un pie en la cuesta que daba a Bilbao, dejaba atrás los balbuceos, los dolores nuevos y la tirantez de espalda. La sensación de cargar con esa L, tan pesada, de novata, de peregrina en prácticas. Atrás quedaban las dudas y la ignorancia sobre la capacidad para seguir adelante.
Con Bilbao llegó la aceptación de cada uno de los dolores que achacan mi cuerpo, y la aceptación de que habrá muchos otros que vendrán. La afirmación de que puedo conseguirlo. La conciencia de que puedo disfrutar mucho con muy poco y la confirmación de que en el camino no siempre estás sola, sino que tienes más de cien manos dispuestas a ayudarte a levantarte. Bilbao me recordó que después de días grises puede brillar el sol, y que la lluvia es necesaria para que el verde luzca más intensamente después. Bilbao me gritó, a los siete vientos, que todo esfuerzo tiene su recompensa.
Atrás quedaban paisajes cargados de encanto. Preciosos para quien los mira, inolvidables para quien los disfruta. Sin embargo, fue Bilbao, esa ciudad gris que me recibió cargada de sol, la que me hizo vibrar de emoción. La que me ofrecía la recompensa, la que cerraba una etapa.
Y tirando la L en una esquina de Bilbao, continué mi andadura. Siendo consciente de que el camino es largo y que no está todo aprendido, que el dolor seguirá molestando en mis pies y que el sudor seguirá bañando mi frente, pero segura de querer seguir adelante y dejándome sorprender una y otra vez.
[…] estoy muy contenta de volver a Bilbao. Una ciudad que cerró una etapa en mi Camino del norte, una ciudad que me acogió con una hospitalidad inmensa, con pinchos deliciosos y un reencuentro […]