Vuelvo de pasar un fin de semana en Vitoria, donde me recibió el sol, una amiga que hacía mucho tiempo que no veía y una cerveza fría. No reconocí la ciudad, no así a mi amiga, que a pesar de que las dos cambiamos, en realidad nada cambia. Y es que hacía tiempo que no hacía una visita a Vitoria, o, para ser sincera, quizás es que sólo había estado un par de veces, y para ser (todavía) más sincera, muy de pasada. La verdad es que no sé muy bien por qué casi nunca pienso en Vitoria, si es bonita, animada y la tengo tan cerca. Será porque San Sebastián tiene la playa y Bilbao "siempre" me pilla de paso.
Como os contaba, Vitoria me recibió con solazo, de ese que quema y para el que no están preparados, con gente amable indicándome el camino, una amiga acompañada de amigos, con una rápida puesta al día y una cerveza bien fría.
Después, no le pusimos pegas al sol, y de la mano de un vitoriano (y los apegados) comenzó el recorrido. Me sorprendió el casco viejo, tan limpio y cuidado, tan animado y su forma de almendra ( lo que me recordó a Cracovia), que la estatua de la virgen Blanca no fuese blanca y sus cuestas, ¡el centro está repleto de cuestas! Y es que, para que te lo imagines, si nunca has pasado un fin de semana en Vitoria, el casco viejo está en lo alto de una imperceptible colina, por lo que sus calles perpendiculares, llamadas cantones, cuentan con una buena pendiente. Me sorprendió, también, la infrastructura montada que tienen muchas de ellas para sobresalvarla.
Por el centro apenas circulan los coches y, como en Pamplona, las calles tienen nombres de oficios pero que, aquí, casi siempre, son nombrados de forma acortada. Y es que en Vitoria no paseas por Zapatería sino por Zapa, cenas en Cuchi, que no en cuchillería y observas el mural de Pinto, nunca de pintorería.
Y hablando de esto, no puedo evitar hablar de los bonitos murales, fuente de orgullo de todo gasteiztarra, que se reparten por la ciudad. Éstos son diseñados, dibujados y pintados por voluntarios y le dan un color y un fondo a la ciudad que la hacen muy especial. De ahí que Vitoria, también orgullosa, se haga llamar la ciudad pintada, aprovechando de paso para hablar de su pasado, como aquel que recuerda la plaza en el que se vendían las telas, el triunfo medieval de Vitoria o aquel 3 de marzo en el que mi interlocutor me cuenta cómo su padre salió lesionado. También un presente, el avance contra la desigualdad, la injusticia y la educación, por qué no, también de su futuro, animándote a conversar y, por fin, actuar, porque para recoger hay que sembrar y siempre tienen un fondo bastante social. (Si te interesa, puedes leer más y situarlos en el mapa en este enlace de aquí).
Y no se puede hablar de Vitoria sin hablar de sus parques y su anillo verde, un gran pulmón, de más de cuarenta kilómetros que la rodea, de su compromiso contra la contaminación que le otorgó el honor de ser capital verde europea.
Vuelvo de pasar un fin de semana en Vitoria, y vengo encantada, preguntándome cuándo volveré a perderme en sus murales, en sus calles, beber sus cervezas y, porqué no disfrutar de reencuentros bajo la sombra, esta vez, de algún tramo de su maravilloso pulmón.
DIOS padre eso es lo quenecesito fuerza para partir
Después de leerte no me queda más remedio que ir, sí o sí, teniéndola tan cerca. Ahora que estoy en San Sebastián durante tres meses no tengo excusa. Gracias por esta bonita entrada 😊