Hay días en los que no estás. En los que te gustaría, pero no estás. Días en los que te necesitan, te quieren o te echan en falta. Y tu no estás. Estás en algún lado, feliz, haciendo lo que quieres, pero no estás allí. Con ella, con él, con ellos.
Días en los que te pierdes un cumpleaños, una despedida de soltera, una boda o una noticia. Un nacimiento. Días en los que te pierdes una despedida. Una fiesta. Un funeral.
Hay días en los que te gustaría estar, pero no puedes, porque estás a miles de kilómetros, porque te falta la conexión y un lugar propio, tuyo, donde quedarte para poder realizar esa llamada. O esperarla.
Días en los que alguien, ella, te necesita. O no, pero que no puedes estar a la altura.
Hay días en los que te gustaría poder abrazarla, sonreírle compasivamente y decirle que tuvo suerte de haberle conocido y ser parte de él. Decirle que estás allí para ella, siempre, a cualquier hora, cualquier día, cualquier momento, en cualquier lugar.
Hay días en los que te enfadas porque sabes que, a tu pesar, eso no es cierto. Porque no estás.
Hay días en los que maldices la distancia, tu viaje y tus historias. La ruta. Por todo lo que te quita. Porque te recuerda que es difícil no estar cuando alguien a quien quieres celebra su felicidad, pero es más difícil no estar cuando alguien a quien quieres sufre. Y no le puedes abrazar. Porque, todavía, los abrazos no pueden ser dados (y mucho menos recibidos) a través de internet.
Porque hay días en los que no estás. Y deberías.
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