He vuelto a Pamplona, la ciudad donde empezó todo esto, o donde acabó todo aquello. No lo sé. Han pasado cuatro años desde que empecé a soñar con esta vida, tres y medio desde que me despedí del trabajo, y tres desde que me cargué la mochila y me fui al sudeste asiático sin billete de vuelta porque no tenía ni idea de cuándo volvería. Desde que empecé a soñar con todo esto de Dejarlo Todo e irse, y dejé de soñarlo para realizarlo.
He vuelto a Pamplona, a vivir (por un muy corto tiempo) de nuevo en sus calles, beber cerveza en sus bares, pintxos los jueves y tumbarme a la sombra en sus parques.
He vuelto a Pamplona para hacernos las paces. Decirle que no nos entendimos muy bien la última vez, pero que ahora sé que no fue cosa suya sino mía ( y de la lluvia continua de aquel último año).
Supongo que siempre lo es.
No era el momento, me repito con una sonrisa mientras paseo por el casco viejo. Esas casas delgadas, de colores y bonitos balcones, atrapan ahora mi mirada, el ambiente en la calle, el peregrino perdido que se mueve en dirección contraria al albergue.
La gente sentada en Navarrería, el turista que recorre la Estafeta en busca de esa esquina que le transporte a aquel encierro que vio através de la tele, el grupo alemán, que no entiende, pero disfruta de un bocadillo de jamón mientras le explican cómo cada 6 de julio empieza la fiesta en esa misma plaza que parece más grande cuando está abarrotada. Las calles con nombres de oficios, el olor a pastas de chocolate, el murmullo constante de San Nicolás, las actividades, siempre diversas, alrededor del castillo de la plaza. El paseo de la Medialuna, algo olvidado por quien visita la ciudad sólo unas horas, pero que ofrece, seguramente, la mejor vista de Pamplona y su catedral.
La calma de la Taconera, el paseo entre murallas de la Ciudadela, la paz de Yamaguchi, repleto de familias y ahora con un jardín galáctico que repesenta nuestra Vía Láctea. Disfrutar de una ciudad lo suficientemente pequeña para moverte de un lado a otro caminando pero con suficiente oferta para mantenerte ocupada. Ser consciente de que la mejor ruta para visitar Pamplona se me quedó corta y que hay muchos lugares que ahora (re)conozco, porque ahora encontré los ojos con los que aprender a mirarlos.
He vuelto a Pamplona y se siente bonito ahora que me paseo despreocupada y la tarde no se hace eterna sentada en una oficina. La disfruto por fin y me divierto balánceandome en ese límite entre lo conocido y lo por descubrir.
He vuelto a Pamplona y se siente alegre, verse tan diferente en el mismo lugar, en un lugar donde te sentiste triste poder, ahora, sentirte feliz.
No visito Pamplona desde julio de 1995, pero tras leerte me dan ganas de hacerlo este verano
Pamplona te espera entonces Vinny!!!!! UN abrazo!