Hace una semana que empecé este viaje por Europa en solitario y, sin saber todavía cómo, se siente diferente a cualquier otro viaje: más callado, más frío, más torpe y con el presupuesto más ajustado. También más solitario pese a tanta gente. Hasta ahora los hostales son grandes, la gente en general viaja en grupo o en pareja y sólo se quedan unos días, después vuelven a sus casas y a sus trabajos. Todavía no he conocido a nadie que lleve un tiempo viajando  y aquí, en este viaje por Europa en solitario sin fecha de vuelta, me siento algo rara. Con aquellos con los que hablo, se sorprenden de que me mueva de un lado a otro sin un plan aparente, y yo me siento mucho más planificada que nunca porque no tengo la sensación de que, aquí, los medios de transporte, los hostales y los tiempos funcionen igual que lo hacían en Asia, Centroamérica o Sudamérica. Siento que todo está tan medido al milímetro que me pregunto si seré capaz de encontrar aquí mi hueco mochilero.

Quizás no está aquí, y tengo que ir más al sur, más hacia los Balcanes, más cerca de Grecia, Serbia, Bulgaría o Rumanía.

Me sorprendo con la indiferencia de la gente, nadie me mira, me sonríe o me saluda por la calle,  la mayoría de las veces ni siquiera devuelven mi tímido movimiento de cabeza. Nada tiene que ver esto con ese México que dejé hace cuatro meses. No sé si soy yo o el entorno, pero me encuentro algo torpe, algo lenta, algo tímida y retraída, a pesar de conocer todos los códigos, sentirme más segura y más cerca de casa que nunca.

El clima me respeta, no hace el frío que podría estar recibiendo cualquier mes de abril en el centro de Europa y, sin embargo, me siento algo enferma. Cansada, con los labios rotos y unos pies doloridos. Parece ser que la hora de monte por Peralta de las últimas semanas no se asemeja a lo que camino cualquier día normal mientras hago turismo.

Fue llegar a Viena y cubrirme de museos, rutas y edificios para visitar, llevando al máximo mi capacidad de productividad. La gente local se movía rápido, con una dirección clara y un objetivo. Las zonas más turísticas estaban repletas de turistas, con mapa y móvil en mano, deambulando de un lado para el otro y llenando cada pequeño espacio. De nuevo esa sensación tan extraña de no pertenecer a ninguno de esos dos escenarios.

Quizás lo mío no es Austria.

Y quizás no, me digo, quizás no es este viaje por Europa en solitario si no es sólo un inicio de viaje y los otros inicios quedan demasiado lejanos como para recordarlos. Me recuerdo en Bangkok, en Río de Janeiro o en Cancún, en aquellas grandes ciudades que fueron inicio de esos grandes viajes, y me recuerdo exactamente así: algo torpe, algo lenta y algo tímida. Algo retraída preguntándome si aquel destino era, en verdad, para mí. (Puedes clicar en las ciudades para sentir un poco lo que sentí).

Y quizás ninguno de ellos lo fueron, como no lo fue Viena, pero el viaje acabó, como siempre hace, encontrando el sentido (y el destino). Tanto que en alguno casi me quedo.

Entonces antes de ayer llegué a Bratislava y todo me pintó un poco mejor: una ciudad más pequeña y relajada, un hostal con un ambiente más mochilero y unos planes menos productivos pero más de disfrute, más al aire libre. Veremos qué es lo que trae este viaje por Europa en solitario.

¿Te vienes?