Álava es un poco como Navarra, Vitoria como Pamplona y a veces sus montañas me recuerdan a las nuestras, de alturas intermedia, vegetación verde, y esa roca entrecortada. Si paseas por Izki es probable que te sientas en la foz de Arbayun o cualquier montaña de Tierraestella.

El verde lo inunda todo, no tiene contaminación y, al lado de sus vecinas Gipuzkoa y Vizkaya, parece no conocer la industrialización. Vitoria presume de tener el título de la capital verde europea, por ese anillo de paseos y montañas que la rodea. La mayor parte de la gente se mueve en tranvía por la ciudad y están preparando un autobús eléctrico pero, lo creas o no, los autobuses que hay hasta ahora parecen de otra era. (Quizás lo son).

Álava entera, y Vitoria en particular, es cara. Rematadamente cara. La gastronomía es exquisita, sí, pero hay que poder pagarla.

Álava no ve demasiado el sol y un día sin viento ni lluvia se considera bueno. Lo de hablar de los grados ya, sí eso, otro día. Si de verdad hace sol, verás cómo las calles se llenan y cómo la gente, demasiado a menudo, se queja del calor. Las malas lenguas dicen, que no lo digo yo, que el alavés cancela las citas médicas un día de sol.

El deporte base es el ciclismo y, si conduces, hay que tener cuidado en la carretera ya que los ciclistas aparecen como setas. Solos, en grupo, subiendo y bajando cuestas. Crees que sólo será con sol, pero ya te digo yo que no. La natación y el running, pero eso de escuchar gente corriendo de noche, en la montaña y a las tres de la mañana, no lo había visto hasta llegar aquí.

Y yo no lo entiendo, pero te diré que allí donde hay un parking, allá donde vayas de Álava, habrá más mesas de Pic-nic y barbacoas que personas. Que es una gozada, pero a mí explícamelo, no hacen falta tantas.

El alavés está orgulloso de su tierra. Si les preguntas sobre rutas, se hincharán de alegría y te ofrecerán tantas que, te prometo, se te hará difícil decidirte. Uno de los confinamientos provicinciales más estrictos de España no los ha dejado en casa. Y ahora no sólo saben que las tienen, se las conocen todas. Si preguntas (o no) sobre las cosas buenas de la provincia no pararán. Créeme, nunca habrás escuchado suficientes adjetivos positivos sobre Álava de la boca de un alavés. Siempre te sorprenderán con uno más. Y es que Álava es lo más.

La gente parece fría, pero si les hablas y preguntas por algo, son tan amables que son capaces de hacerse contigo la ruta sólo por el hecho de ayudarte. (No exagero, me pasó en Urkiola con el gran Juanan, quien alargó su ruta más de media hora para que yo pudiese disfrutar de las vistas de la cueva de Mari).

En Álava no dicen "Hola" si no "Apa" y no saludar por la montaña está mal mirado. Si vas, no te olvides, haz un gesto con la cabeza hacia arriba algo rudo, la boca cerrada y de forma rápida pero convencida di "Apa". Entonces verás algo parecido a una sonrisa.

Por norma general el alavés no habla euskera, pero la gran mayoría lo entiende y, aunque la conversación se haya dado en español, siempre terminan la conversación con un "Agur". Que quede claro que también son vascos.

Para terminar, como todo se pega, te digo que las fotos no hacen, ni de cerca, justicia a las fotos que tomé en las rutas. Y, a decir verdad, no sé qué tiene, pero siempre que vengo a Álava me quedo con ganas de más. Será que tengo amigas y que siempre me lo paso bien o que la naturaleza te envuelve, será por eso que, queriendo o no, siempre digo hasta pronto en lugar de "agur".