Y comienza un camino. Es septiembre, está nublado, amenaza a lluvia y hace más frío del esperado. Sintiéndome la única loca peregrina con intención de llegar a Santiago en pleno Octubre, cojo mi mochila. A mi lado, mi hermano, dispuesto a hacerme la cobertura durante los tres primeros días. Si he de ser una loca, que seamos dos.
Ha sido una noche incómoda, fría y húmeda bajo una tienda de campaña acampada en un parque a las afueras de Irún. Adormilada, entre torres de cemento y el ruido de una ciudad que despierta lentamente, me siento perdida. A mi lado, como avisándome que no estaré sola en el camino, tres francesas buscan las mismas flechas, las mismas señales. Igual de perdidas. Un señor, contento de poder ayudar y con ganas de hablar, nos indica el camino. Y nos recuerda, por si no lo sabíamos, que estemos tranquilos, que únicamente tenemos que seguir las flechas amarillas dibujadas por toda la ciudad. Pero nuestros ojos novatos tardan en seguir la pista de la flechas que muestran el camino a Santiago. La vista se pierde en los detalles, en los sonidos y los olores de esa ciudad que se plantea nueva. Y es que las flechas, aunque presentes en cada esquina, son invisibles para quien no las busca, o para quien no sabe encontrarlas.
En el momento en el que te pones la mochila, te olvidas del transporte y comienzas a andar, comienza el camino. Comienza el viaje. Lejos queda la rutina, y los días se alargan tanto como los kilómetros en la calzada. Como casi siempre, la primera cuesta es la más complicada, aquella con la que empiezas a pensar en el ritmo que te gustaría seguir, el esfuerzo que quieres sufrir y el sudor que te costará conseguir el objetivo final. La que te plantea esa pregunta. La que te plantea la duda. Pero con la primera cuesta llega, también, la primera recompensa. Esa que vale todo el esfuerzo. Estás en la ermita de Guadalupe, tienes Hondarribia a tus pies y el pueblo celebra, casualmente, conmigo mi pequeña victoria.
El paisaje calma todo el dolor que mi cuerpo padece. Apenas me encuentro a 200 kilómetros de casa y, sin embargo, me siento tan lejos, y tan aislada, como cuando estaba en Tailandia. Las montañas, los colores y los olores me sorprenden a cada paso, a pesar de haberlos visto con anterioridad en más de una ocasión. Moverme despacio, realizar un esfuerzo y disfrutar el descanso. Que todo parezca tan diferente.
Y es el camino el que comienza a hacerte partícipe de los pequeños placeres. Esos como quitarte las zapatillas, comer algo caliente o tumbarte en el suelo. Sentir el aire en tus pies, el agua caliente en tu espalda y una sonrisa que te murmura un buen camino.
Y es el propio camino quien te muestra que los primeros pasos del camino son como los primeros pasos de cualquier otra situación: sensaciones nuevas, grandes esfuerzos para pequeñas victorias. Grandes cantidades de ilusión y, sobre todo, mucha incertidumbre.
Porque lo que el camino tiene esperando para ti... nadie lo sabe.
[…] curioso la lucha que se genera en tu cuerpo. Tus piernas te mandan señales que dicen que no llegará a Santiago quien más corra, si no quien […]
[…] curioso la lucha que se genera en tu cuerpo. Tus piernas te mandan señales que dicen que no llegará a Santiago quien más corra, si no quien […]