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LLEGAR A JORDANIA: ATERRIZAR EN AMMÁN

Hay pequeñas tradiciones que me gusta mantener y ya van unos cuantos viajes en los que hablo sobre cómo es llegar a un país. Será porque cuando empiezo viaje llego con mucha energía, todo me sorprende, todo me fascina. Cuando empiezo viaje, necesito sacar todas esas sorpresas y en esta ocasión, quiero contarte cómo es llegar a Jordania, aterrizar en Ammán.

Llegar a Jordania se sintió suave... Un aeropuerto cómodo y bastante occidental, una aduana sencilla y un autobús hacia Ammán muy bien indicado y muy fácil de encontrar. Nada de difíciles preguntas ni negociaciones. Llegar a Jordania fue fácil. Llegué a Jordania preguntándome si, quizás, este país no podría llegar a sorprenderme. (Bendita inocencia).

Aterrizar en Ammán fue una experiencia. El autobús, de por sí, no paraba cerca del centro. Ammán, al parecer, se describe por círculos, siendo estos rotondas situadas en diferentes partes de la ciudad. Yo quería llegar al círculo tres y el autobús pararía, como un favor a una extranjera, en el círculo cuatro. Tendría que caminar un kilómetro y medio, nada demasiado loco. Pero por un despiste (o no), el conductor no me paró allí, sino, bajo mi insistencia, más adelante. El kilómetro se convirtió en más de dos y yo, como no soy cabezona ni nada, me dije que no era nada grave. Los caminaría. (Bendita inocencia)

Las fotos son del día siguiente de aterrizar en Ammán, cuando ya era (un poco) más persona

Aterrizar en Ammán significa subir diez grados la temperatura atmosférica, que desaparezcan las sombras, los semáforos, los pasos de cebra y la invisibilidad. De pronto todos los taxis te pitan, los coches pasan cerca tuyo saludando y te encuentras, sudando, con demasiada ropa y dos mochilas, rodeada de coches intentando cruzar una calle de dos carriles donde nadie quiere frenar y todo el mundo quiere llevarte (imagino que bajo coste, claro).

Me quedé a un lado del arcén, esperando, segura de que, de un momento a otro, encontraba entre los coches un hueco. Ya había cruzado así en Asia, donde los coches no paran, pero te esquivan cuando vas cruzando de forma decidida. ¿La única diferencia? ¡La velocidad aquí era otra! Casi disparatada. Detrás de un coche veía un espacio y, justo detrás, un coche avanzaba a velocidad animal. Os juro que hubo un momento en el que casi me dio por llorar. Sudada, cansada, algo perdida y abrumada. Pero crucé. Avancé con paso decidido, di unas zancadas para finalizar corriendo y llegué al otro lado de la carretera.

El anfiteatro de Ammán

Aterrizar en Ammán fue un golpe en mi cara. Llegué a una casa donde se suponía que me esperaba un couchsurfer, durmiendo, descansando después de haber trabajado toda la noche. Me colé en su casa con una llave que dejó bajo la alfombra y, sorpresa, cuando abrí la puerta y encendí la luz ahí estaba él (o no) bajo una manta inmóvil e indiferente a mi presencia.

¿Estaba en la casa adecuada? ¿Me habría colado? ¿Qué persona (cuerda) no se despierta cuando alguien entra en su casa, enciende la luz y se planta en su mismo salón con su mochila?

A pesar de tantos años de couchsurfing, nunca me había pasado algo así. No supe que hacer y después de pensarlo (sudando, cansada, después de 29 horas de viaje y con un tipo al que no le había visto la cara y dudaba en un tanto por ciento que fuese mi anfitrión) decidí marcharme.

Tenía hambre. Eso me pasaba. Me dije y me convencí. Seguí caminando.

Una ciudad, al menos a mí me pasa, una capital como Ammán, es un lugar difícil donde aterrizar. Y como (casi) siempre se aterriza en grandes ciudades, debería estar acostumbrada, pero no lo estoy.

Me puse a caminar buscando algo parecido a un centro... Y no lo encontraba. Según el mapa, no estaba lejos del centro. Si estaba en el tercer círculo, el segundo no estaría muy lejos. Sin embargo, Ammán es una ciudad llena de cuestas. Cuestas sin fin, muy empinadas y no es que subas a un punto y llegues a una meseta, no, luego bajas. Ahora sé que la llaman la ciudad de las siete colinas, pero antes no lo sabía y ahora, también, entiendo esa fama.

De una forma u otra, no recuerdo muy bien cómo, os recuerdo que llevaba 30 horas de viaje, diez grados de más y sudaba, llegué hasta el primer círculo. Imagino que fue porque me movía despacio, buscando un lugar donde comer que me costó encontrar. Veía pequeñas tiendas con patatas fritas, refrescos y esas cosas, pero no restaurantes. Yo sudaba. Y sudaba.

Me senté, comí un plato lleno de berenjena, carne y tomate que, en otro momento no hubiese podido terminar. Me bebí dos botellas de agua y entonces, sólo entonces, decidí que no volvería a casa del chico que dormía. Dormir es lo que yo necesitaba.

Reservé una habitación en un hostel que estaba al lado, con buena nota y bajo precio y me eché a dormir. Aterrizar en Ammán no había sido fácil, pero según mi experiencia, pocas veces lo es después de un viaje largo con escalas.

Y al día siguiente, con horas de sueño, todo fue mejor. Como siempre.
2023-05-14T08:38:40+01:00

About the Author:

¡Hola! Soy Patricia. Viajo sola desde 2014, cuando cargando mil miedos en mi mochila dejé mi trabajo en una farmacéutica y me marché al Sudeste asiático sin billete de vuelta. Ya he recorrido sola 4 continentes. Enamorada de viajar sola, lento y a dedo, y luchando por sentirme cada vez más libre, ahora me dedico a animar a otras mujeres a hacer lo mismo siendo cabeza y manos del blog Dejarlo Todo e Irse.

2 Comments

  1. Ibio at 13:13 - Reply

    ME has angustiado leyéndote. Pensé que nunca comerías, beberías ni dormirías. El final me ha relajado. Y no puedo dejar de preguntarme qué hubiera pasado en esa casa del chico durmiente. Si te dejaron la llave, es porque era el lugar indicado.

    • Patricia at 14:24 - Reply

      Jajajaja. Como ves, al final comí, bebí y dormí. Jajaja. Al chico no le pasó nada... Estaba cansado. Quedamos más tarde, pero ya no me quedé a dormir en su casa. 😂

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