- Estarás pocos días en Hungría. Deberías quedarte en Eslovaquia, allí no hay montañas y aquí tenemos los Tatra.
Hablaba mi último Couchsurfing de Eslovaquia, me tentaba así a quedarme un fin de semana más, escaparnos al norte y enamorarme más de aquel país del que no esperaba nada y me ofreció mucho. Sin embargo, decidí que dos semanas y media en Eslovaquia habían sido suficiente y que no podía continuar haciendo como que no escuchaba gritarme a Hungría, que me esperaba paciente a pocos kilómetros de Kosice.
Y no, Hungría no tiene montañas. Tiene un idioma de locos que ni el nombre propio del país se comprende (Hungría en húngaro es Magyar Ország), se paga en florines de a miles y es bastante plana, pero en su planicie contrastan los campos verdes con los de un intenso amarillo y la primavera explota en la ciudad oliendo a flores que al caer de los árboles crea moquetas de colores.
MIS PRIMEROS DÍAS EN HUNGRÍA: LLEGADA A MISKOLC
La primera sensación con Hungría fue mala. Llegué a través de un Blablacar que me dejó a las afueras de Miskolc. Allí estaba yo, en un centro comercial a unos 5 kilómetros de la ciudad, sin saber cómo llegar al centro, sin ni siquiera unas pocas palabras básicas con las que defenderme ni florines con los que poder pagar el autobús en caso de encontrarlo.
En ese centro comercial malcambié unos pocos euros, malcomí unas patatas y me conecté a internet. Apenas habían pasado dos horas y ya echaba de menos Eslovaquia. Con el estómago algo más lleno, comunicándome con mi nueva Couchsurfer y con los datos sobre el autobús que necesitaba, Hungría comenzaba a mejorar. O eso me dije a mí misma intentando animarme.
El conductor del autobús no quiso cogerme los 400 florines que costaba el billete, con cuatro palabras de tono seco y un movimiento maleducado de mano dejó de mirarme. Estancada en la puerta me moví cuando un señor que venía tras de mí me indicó que pasase hacia adelante con una sonrisa, le quitó apuro a mi momento de incomprensión y me acompañó con una mirada amiga y compasiva durante todo el viaje como diciéndome "Bienvenida y no te preocupes, puedes estar tranquila".
Al pisar la ciudad de Miskolc me hice todavía más consciente de que estaba en Hungría. No puedo decir con exactitud en qué era diferente, pero sin duda alguna lo era. Las casas ya no eran tan coloridas, ya no había una plaza central en la que reposaba una iglesia y los edificios del casco antiguo me parecían más iguales, más rectos y más desgastados. Los precios se hablaban a miles de florines, no circulaban los coches y podía decirse que había bastante ambiente en la calle, mucha gente en las terrazas y caminando para tratarse de un miércoles. Si había alguna turista más no lo parecía.
Frente al teatro, donde yo esperaba a mi nueva couchsurfer, se había formado una cola de personas arregladas y sonrientes. Como quien se conoce, nos saludamos con una sonrisa y un apretón de manos al vernos. Fuimos caminando hasta casa de sus padres donde también esperaba su hija y allí, en una casa de campo en mitad de la ciudad, me sentí bienvenida. Olía a hierba recién cortada, jugamos a lanzarnos el balón y me ofrecieron una cena a las seis de la tarde de aquellas sobras de comida típica de Pascua que no pudieron terminar cuando tocaba: pavo cocido, pepino, rábano y una masa a base de huevos y leche que, de haber sido más dulce y líquida, hubiese pasado por una natilla. Cuando pedí agua me ofrecieron algo más típico, más gaseoso y dulce que, remarcaron, sabía a infancia; era algo así como un mosto con gas.
Nos despedimos con besos y un abrazo, del que se alegraron y sorprendieron a partes iguales cuando supieron que era la forma más tradicional de saludar en España. Parece ser que aquí es una forma reservada para la familia pero, por lo visto, no es tan difícil ser aceptada como una de ella. Quizás estamos en un país más cariñoso que lo que pudo serlo Eslovaquia en dos semanas.
Tomamos una cerveza Borsodi aclarando antes con orgullo que era la producida en la región. Con esa primera cerveza aprendía también las primeras palabras en húngaro que aprendería durante mis primeros días en Hungría; sía, köszönöm y sör.
MISKOLC Y MIS PRIMEROS DÍAS EN HUNGRÍA
Había solicitado dos noches a Ezster pero ella, sin perdírselo ni mencionarlo, me ofreció algunos más como quien sabe que se necesitan más días para recorrer su ciudad. Al principio quise rechazar rápidamente la oferta y sentí que me sobrarían las horas pero, al cuarto día, me di cuenta que aceptaría un quinto.
La ciudad es pequeña y se recorre en seguida pero se pasea con esa calma que no ofrecen todas las ciudades. A cada rato me sorprenden detalles que, imagino, no le sorprenden a alguien que lleva aquí toda una vida.
No sé, Hungría tiene un toque decadente que me atrapa. Las paredes de muchos de sus edificios están descascarilladas por el paso de los años de una forma que me parece hermosa, los balcones oxidados y muchos letreros desgastados.
Además Miskolc huele a flores que caen de los árboles en esta explosión de primavera formando moquetas de colores, tiene un cementerio hermoso, muchas iglesias, un balneario en el interior de una cueva y es el lugar perfecto para una escapada al bello pueblo de Tokaj como lugar de origen de unos vinos blancos y dulces con esta misma denominación.
Así fueron mis primeros días en Hungría y, a pesar o debido a la poca información en español que he encontrado en internet sobre Hungría, no puedo evitar preguntarme cómo serán los que vendrán.
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