Amor, gestos y cariño. Y volver a tener 15 años. Porque no en todos los lados se quiere de la misma manera. O al menos se demuestra diferente. El amor en las tierras de Sapa.
Y se olvidaron de enseñarle a querer. A ella, que sólo contaba con quince años en su espalda, y que ya le habían enseñado todo lo demás. Aprende inglés,todo el que puedas, acércate al pueblo de al lado y habla con ellos. Convéncelos. Haz que les guste tu idea y enséñales nuestro pueblo. Nuestra zona. Ellos pagarán bien. Son turistas. Con dinero. Le habían explicado. Y así lo hizo. Aprendió inglés, se vistió de la forma tradicional como una Hmong de montaña y se acercó a Sapa. Aprendió rápido. Lo hizo bien. Su cara, su joven edad y su dulzura hizo que los grupos de chicas la eligieran a ella. Lo mismo los grupos de chicos, que ensimismados con su belleza y timidez la siguieron hasta su pequeña casa en el pueblo. Aprendió rápido aquello que le enseñaron, pero nadie le enseñó a querer. Y aprendió a su forma. Como todo el mundo.
Con sus quince años se casó con un joven del pueblo. Aquel que le hacía sonreír con el simple hecho de verlo en una foto. Elegí bien, se decía a sí misma. Un chico guapo, fuerte, trabajador. Y sin embargo, nadie le dijo cómo amarlo. Hasta el momento todo parecía tabú. Nosotros no hacemos eso, nunca besamos, nunca nos tomamos de la mano, y eso nunca lo he visto.
Y a pesar de todo, de no haberlo aprendido en ningún lado, ella lo amaba con locura. Como una adolescente. Como aquello que era, aunque el mundo se había empeñado en hacerla crecer tan deprisa. Y sin embargo ella todavía no había tocado su mano. Besado sus labios. Abrazado sus espalda. Ni siquiera había recorrido con la yema de sus dedos su barriga, sonreído a sus ojos, susurrado a su oreja. Y es que nadie le enseñó a hacer esas cosas, y eran cosas que ella nunca había visto. Y se preguntaba ella para sí misma, sí era ella la única que pensaba aquellas cosas. O sí todos morían por derretirse en un beso, que sus labios quemasen, que las manos le doliesen de agarrarse tan fuerte, sudar por tenerle tan cerca, abrazado a su cuerpo, rozando sus formas. Quizás todo eso llega después, cuando me convierta en mujer para darle un niño. Pensó. Y miró las formas de su madre, celosa, pensando sí por fin así, un día, se fusionarían en uno...
Y tuve que morderme la lengua, para no explicarle... lo maravilloso que era; sentarte entre unos brazos, que te besen los hombros, que te arañen la espalda y te acaricien la cara interna de los brazos. Que los labios te duelan de tanto besar, que una lengua recorra tu boca, que unos pies atrapen los tuyos y que unas piernas aprisionen tus caderas. Pero me faltaron palabras y me sobraron ganas. Porque siempre he pensado que quién no pregunta es quizás alguien que no quiere saber.
Aunque quizás, y eso nunca lo sabré, me equivoqué. O quizás es así como es el amor en las tierras de Sapa.
Recién descubro tu blog... me encantó como contaste la historia!
Muchas gracias Bea! y bienvenida al blog 🙂