Monte Kenia nos dio más de lo que esperábamos. Monte Kenia no sólo fue una visita a la montaña más grande del país sino que, además, nos enseñó de cerca la fe en la naturaleza de los kikuyu, tribu mayoritaria de la zona que venera los bosques y considera sagrado al Monte Kenia. Curiosamente, o no, este área fue uno de los lugares predilectos de Baden Pawell, el fundador de los Scouts, quien a pesar de poder haber sido enterrado en la abadía de Westminster, decidió serlo aquí.
LLEGAR A MONTE KENIA
No sabría explicarlo, pero algo cambió en el ambiente cuando llegamos a la zona del monte Kenia. Me sentía más libiana, más segura y más fuerte. Menos nublada a pesar de las nubes que cubrían su cima.
Mi parte más científica, me dijo que fueron los grados que disminuyeron en el ambiente después de dejar la zona de los lagos Naivasha, Elementaita y Nakuru. Sin embargo, mi otra cara, la más mística, me hablaba de la fuerza de la montaña más grande de Kenia, de su poder y su halo sagrado.
A pesar de no verlo, sentí llegar a Monte Kenia cuando llegamos hasta Nyeri. Era el pueblo más bonito hasta el momento (pero créeme, no era algo que Kenia le hubiese puesto difícil), se respiraba tranquilidad y tuvimos unos días bonitos y tranquilos.
Habrá quien diga que no hay mucho para hacer en Nyeri, sin embargo, paseando hasta el río tuvimos la suerte de conocer a dos chicos que nos llevaron hasta unas cataratas secretas que sin duda merecieron la pena.
Después tuvimos el privilegio de poder acercarnos hasta el lugar donde Baden Pawell pidió ser enterrado. Pañoletas de todos los colores, parches, su epitafio y varios keniatas posando con el gesto del saludo scout, los tres dedos centrales estirados y el pulgar atrapando al meñique, nos sacó una sonrisa. Me pregunté qué llevó a un señor como aquel a un lugar como éste y, sin conocerlo y sin conocer todavía la zona sentí comprender.
EL SAGRADO MONTE KENIA
Caminábamos por los alrededores del monte Kenia, en el área de Naro Moru, cuando vimos un cartel en inglés que hablaba de un templo cercano. Al estar al lado de un bosque y no ver dicho templo, nos emocionamos al pensar que podría tratarse de un templo animista. La tribu mayoritaria en la zona de Monte Kenia es la kikuyu que, casualmente, se caracteriza por su religión animista, basada en la creencia de que los dioses habitan en la naturaleza.
Nos internamos en el bosque allí donde estaba el cartel e intentamos buscar indicios, sin mucho éxito. El cartel hablaba de un templo y, sinceramente, en un bosque todo, o nada, podía ser considerado un templo.
Allí estábamos nosotros dos mirando cualquier árbol y pequeña protuberancia como si fuese sagrada, y ese pensamiento tan surrealista me pareció, al mismo tiempo, inexplicablemente certero.
Un señor limpiaba un área de bosque entre dos caballos y nos alegramos al pensar que finalmente lo habíamos encontrado. ¿Quién limpia un bosque si no lo considera sagrado?
El señor se sorprendió de vernos y, al no saber inglés, no supo contestar ninguna de nuestras preguntas.Nos miró con cara de no comprender y nos dijo que no.
Salíamos de allí entre la alegría y la decepción cuando nos cruzamos con otro señor. Entraba a una casa o algo que, por qué no, podría ser un templo algo diferente a lo acostumbrado. Hablaba inglés y cuando escuchó nuestra pregunta nos miró de arriba a abajo, nos preguntó por qué y nos dijo que había que caminar hacia allá, cruzar un río y otras tantas indicaciones que él mismo se dio cuenta de que no podríamos seguir.
Miró nuestras zapatillas, entró en la casa, se calzó unas botas de agua y agarró un palo de unos dos metros de largo.
- Así cruzaréis el río.
Las dudas debían correr por su cabeza porque unos 500 metros, habiendo dejado al señor que limpiaba el no-templo, se detuvo en seco.
- No sé si puedo llevaros. No sois kikuyu. Sois mzungus. Y tú... Las mujeres no pueden entrar en el templo.
Lo miramos sin decir nada, pues nada sabíamos. Era su religión, su decisión y su tribu. Sacó un teléfono móvil antiguo e hizo una llamada. Después otra y después otra. Y después, hizo un gesto alegre que emprendía la marcha.
Entre árboles, llegamos a un río atravesado por una tubería que cruzamos con ayuda del palo. Él, mientras tanto, con los pies en sus botas de agua dentro del río, sonreía ante, imagino, la posibilidad de vernos darnos un baño sin desearlo. El equilibrio funcionó y llegamos al otro lado.
Después de unos 200 metros a ritmo de quien vive entre árboles, vimos lo que parecía un pequeño vivero en el que crecían lo que se convertirían en árboles. Lo miró, dijo algo que no comprendimos y sonrió. Estaba vallado con palos pequeños y, por un momento, creí que aquello era el templo. Pero continuó caminando.
Llegamos a un claro en el bosque donde, de nuevo, había palos vallando una zona. Señaló el lugar orgulloso y nos dio la bienvenida.
Soy sincera si digo que, superficialmente, no le encontré nada especial. En el centro había un tronco de un árbol cortado del que crecía otro más pequeño y un par de carteles. Indicó hacia la parte trasera y nos comentó que el árbol sagrado era el de atrás. Cuando señalamos para preguntar si era ese o aquel, nos informó de que, por favor, al árbol sagrado no se le podía señalar con el dedo y nos enseñó a señalar con el puño.
Nos explicó que el M'gumo era el árbol sagrado porque crecía de la copa a las raíces. Esto lo hacía porque era un árbol parásito que crecía sobre otro ya adulto, lo cubría y terminaba por comérselo. Ese árbol, era el más sagrado de todos ellos y estaba en el interior de otro altar al que, ni siquiera él, tenía acceso.
Señalé a un árbol más verde, más alto y más bonito a su izquierda y pregunté sobre él.
- Sí, es más bonito, pero no es sagrado. - dijo riendo como no pudiendo entender que yo fuese incapaz de ver la diferencia entre ellos.
Nos llevó a otro, el segundo más sagrado según sus propias palabras, y nos permitió acercarnos. Nos habló de cuando rezaban para que las plagas pasaran de largo.
- Primero de aquí, después de Kenia y finalmente de África. Tampoco queremos que les toque a otros, claro, pero mejor si nos libramos nosotros. - dijo riendo.
Nos explicó que los kikuyu veneran al Monte Kenia y que, en días determinados, ascienden para rezar desde allí. El resto se reza mirando hacia él.
Cuando nos explicó todo lo que creyó necesario, nos guió de vuelta de nuevo. Cruzamos el río, el bosque y nos despedimos. Le dimos las gracias, un abrazo y un deseo de que las plagas se mantengan siempre lejos.
En mi cabeza rondaban los dioses, la naturaleza y la fe, Monte Kenia, la meditación y la paz que siento cuando me encuentro entre árboles y montañas. Me pregunté si puede haber mejor religión que la que honra a una naturaleza que nos ofrece de todo, también reconforte.
CAMINANDO HASTA LAS PUERTAS DE MONTE KENIA
Ascender el monte Kenia, como prácticamente toda actividad turística en Kenia, está reservado para bolsillos holgados. La entrada al parque son unos 50 dólares diarios (pequeño pero importante detalle) y tiene un coste extra si la intención es llegar hasta la cima, necesitando, al menos 4 días de ascensión. Por eso, a pesar de las ganas, tuvimos que resignarnos a no ascenderlo.
Como excursión alternativa, decidimos caminar los kilómetros que separaban nuestros respectivos alojamientos de Naro Moru como de Nanyuki hasta las puertas del parque.
Si eres de viajar con el presupuesto apretado, te recomendaría especialmente el recorrido que nos llevó hasta la puerta de Naro Moru. Fueron unos diez kilómetros en cada sentido, siendo los últimos cuatro especialmente bonitos en el interior de un bosque. Ya casi en la puerta, tuvimos la suerte de ver búfalos en libertad (y en manada que son menos peligrosos). Además, las vistas del monte son mucho más bonitas desde esta entrada.
El pueblo, por el contrario, es más bonito y está mejor aprovisionado el de Nanyuki.
DÓNDE DORMIR EN MONTE KENIA
Con la intención de ver todas sus caras, dimos la vuelta al monte Kenia. En Naro Moru nos quedamos en el camping de guías y porteadores, que está perfectamente ubicado para hacer la rutita que explicaba arriba y, con suerte, poder ver el templo kikuyu. Sin embargo, tengo que ser sincera al decir que aunque tienen unas instalaciones maravillosas, fruto de una colaboración con una universidad austriaca, estaban algo dejadas.
En Nanyuki optamos por Airbnb y tuvimos una experiencia especial que más que Airbnb pareció un homestay. Cocinamos, jugamos a cartas y cenamos juntos en familia. Una experiencia perfecta, quizás encuentras a Zilper, Eric y Sandra si buscas por aquí.
En el otro lado del monte Kenia no tuvimos suerte con las vistas al estar totalmente nublado. Aún así paramos en Nkubu, donde también se respira esa buena vibra constante en los alrededores de Monte Kenia y tuvimos un rato genial charlando con las señoras del mercado.
De ahí, Thika puede ser una parada sencilla y perfecta, con cataratas bonitas, antes de llegar a Nairobi.
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