Últimamente pienso mucho en el tiempo, los ciclos y en el proceso que necesitamos para que pase algo. En las opiniones, tan variadas, tan relativas, que escuchamos cuando hablamos del paso del tiempo. ¿Cuánto es mucho tiempo? Y entonces pienso en los ciclos, repetitivos pero variables, más o menos constantes. Si te detienes a mirarlos, están por todas partes ¿No son ciclos todos nuestros procesos? .
No soy una persona constante. Mucho menos metódica. Necesito estímulos, cambios y aprendizajes, muchas veces rápidos, inesperados y esporádicos. Por eso a veces, muchas, me sorprendo de las últimas decisiones que he tomado. Quedarme quieta, en un sitio hermoso, bastante aislado de todo, viendo pasar durante un año los colores en la naturaleza, escuchando sus ciclos y oliendo los cambios. Un año. Sí, eso es (o era) para mí mucho tiempo. Por supuesto, como ya muchas sabéis, no ha sido algo muy pensado. Ha ido pasando. Y para qué mentir, no siempre es fácil y hay muchos ratos en los que (me) digo que me marcho. Sin embargo, aquí hay algo… Algo que me dice que tengo que quedarme. ¿Qué es un año? Me repito entonces. ¿Qué es el tiempo? Sólo estás aterrizando, me dicen quienes llevan aquí años. Aquí todo es lento.
¿Vendrá después otro año?
Los rabanitos crecen rápido, ya verás, y le dan la sombra que necesita para que crezca la semilla de zanahoria. Me dijeron. Y yo fui a mirar esa parte de la huerta a los tres días (quizás exagero un poco, pero no fueron más de cinco). Esperaba verlos ahí, casi listos para ser recogidos. Yo, ansiosa por unos rabanitos que ni siquiera me gustan.
(Y sobra decir que lo único que encontré fue unas hojitas rompiendo la tierra. Tendría que esperar algo más para ver las de las zanahorias).
La naturaleza es lenta, pero no para. Avanza.
Mata esa babosa o se comerá tus lechugas. Dudé. Por qué matar a una babosa que estaba tan lejos, incapaz de llegar hasta ellas. Llegará. Siempre llegan. Son constantes y aunque para nuestros ojos no avancen… La noche es larga.
Y el año avanza. Despacio, pero tan rápido.
Las flores de los cerezos se transformaron en cerezas y, sin darme cuenta, tras un par de días de atracón, ya están todos los huesos en el suelo. Ya han pasado las fresas, aquellas de las que se me hizo tan larga su espera. Ya no hay grosellas. El hipérico, la caléndula y la mielenrama, el orégano, la verbena y el gordolobo. Ya están en flor aquellas plantas que florecían en un verano que se me antojaba tan lejano. Las zarzamoras, que comen las casas en ruinas de la aldea que habito, ya están llenas de fruto que, en pocos días, podremos saborear como si fueran gominolas. Ya cocino los primeros calabacines. Pronto (¿Qué es pronto?) llegarán los tomates y los pimientos. Las berenjenas y las cebollas que sobrevivieron a aquel granizo tan fuera de tiempo. Y, quizás sin darme cuenta, en no tanto tiempo, estaremos, de nuevo, recogiendo avellanas y castañas. La naturaleza son ciclos. Y ciclos son nuestra vida aunque, por la velocidad actual y la vorágine en la que andamos inmersos, seamos incapaces de verlos.
Un año. ¿Es mucho tiempo? Es curioso el tiempo, me digo. La edición de mi libro se me está haciendo eterna mientras que el verano ha llegado sintiéndome yo tan en primavera. El tiempo puede ser tan rápido y tan lento. Tan importante y tan nimio. Tan subjetivo y, del mismo modo ( al mismo tiempo) tan objetivo, que lo hemos hecho dueño y amo de todo.
Un año. ¿No estaré invirtiendo aquí mucho tiempo ? Mi FOMO me apremia. Me grita que, quizás, este tiempo ya ha sido demasiado para mí. Que hay muchos países ahí afuera y que el tiempo pasado no vuelve. Sin embargo, me digo, ya pronto estaré recolectando las manzanas que, pequeñas, ya cuelgan de los mismos árboles donde colgaban las que la semana que viene embotellaremos en forma de sidra. Quizás es verdad y el tiempo pasado no vuelve, pero quién quiere que vuelva cuando todavía saboreas lo exprimido. Pese a lo que dicen, el tren siempre vuelve a pasar y no hay porqué cogerlo si estás besando a alguien en el andén. Quien dice que los trenes solo pasan una vez, nunca viajó. Quizás tampoco supo no decir adiós.
La prisa mata, dicen en algunos países de África, y hoy no puedo estar más de acuerdo, porque un árbol que crece veloz, rápido se convierte en madera. Nosotras, como los cerezos, el roble y el abedul, necesitamos tiempo para crecer, sin embargo nos pasamos media media vida corriendo intentado ser productivos, queriendo dar frutos, olvidándonos (tantas veces) lo bonito y reconfortante que es cuando un árbol simplemente da sombra un día de sol y abrigo un día de frío.
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