Hoy es cinco de enero. Y los ojos brillan.
Brillan los de los niños, que esperan ver a aquellos Magos que vienen de Oriente cargados de regalos.
Los de los mayores, que sólo desean ver el brillo en los ojos de los niños mientras abren apresurados sus regalos.
Los de los jóvenes que recuerdan aquellos tiempos cuando no podían contener su ilusión; por lo ilusos, por los nervios, por la alegría.
Incluso brillan los ojos de los Reyes Magos, que nunca pensaron que, tras esos ojos, ese brillo fuese tan emocionante.
Son tiempos de deseos, de cartas escritas a mano y enviadas por correo. Tiempos de peticiones y tiempos de regalos. De pedir lo que necesitas, de esperar y recibir lo que deseas. Pero, a diferencia de otros años, este año mi carta viene vacía de peticiones materiales. Y necesito cosas, al mismo tiempo tan innecesarias.
Quizás es que hace unos días abandonamos un 2014 que me lo dio todo: felicidad, alegría, emociones y nuevas experiencias. Un 2014 que me enseñó la importancia de aquello que no se ve, de lo que no se toca, de lo que sólo se siente. Me enseñó a disfrutar cada día, a comprender la importancia de vivir haciendo aquello que más te gusta y de sentirte rodeada por gente que te quiere. Y ahora, escribiendo mi carta para el 2015, siento que no puede ser completada escribiendo sobre un abrigo, una cámara de fotos, un Ipad o una GoPro. Este año mi lista de deseos está completa de proyectos, de ilusiones y sueños que gritan que lo único que deseo es seguir viajando, que la salud nos respete y sentirme arropada por aquellos que me quieren. Teniendo todo eso, puedo decir que no me importa si mi carta, y la parte baja de mi árbol de Navidad, este año, continuan vacías.
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