Eso es FOMO, me dijeron, miedo a perderse cosas. Sin embargo sé, ahora, que era creer que no tenía tiempo.
La muerte de un amigo, un trabajo que me entristecía y la sensación, continúa, de no estar aprovechando la vida hizo que, hace unos años, decidiese vivir como si pudiera morir mañana. Y no lo niego, suena hermoso, alegre y aventurero. Suena a sueños. A cumplirlos. A estar en constante movimiento. Suena a estar haciendo lo que quieres hacer y a vivir el momento.
Esta frase, esta idea, me ha llevado a lugares maravillosos. Vosotras, que estáis ahí, habéis ido leyendo textos, emociones y pensamientos que me han ido saliendo gracias a esto.
Sin embargo, un día de verano del ya año pasado, leí en Instagram una frase que no tenía nada que ver conmigo. Los humanos, decía, vivimos como si tuviéramos tiempo; como si no fuéramos a morir, como si no enfermasemos, como si todos fuésemos a llegar a los cien. Y esta frase, tan alejada de mí propia experiencia, despertó algo en mí. Ahí, en ese momento, mirando una red social, me di cuenta que yo, sin embargo, llevaba años viviendo como si no tuviera tiempo... Y que eso, a largo plazo, eso tampoco era bueno.
Había, hay, cosas que necesitan tiempo. Viajando tengo tiempo, espacio, aburrimiento. Cuando la gente que vive como si tuviera tiempo hablaba de falta de tiempo yo sonreía. Me sobraba tiempo diario. Tiempo para leer, dibujar, pensar y aprender un instrumento que, parece, nunca sabré tocar.
Sin embargo, sin motivo aparente, siempre en mi mente, esa sensación (incontrolable y persistente) de falta de tiempo. Una falta de tiempo irreal, que no se conjuga en presente sino en futuro. Un querer estar aquí, pero también allí, en otro lugar. Visitar más, conocer más, sumar una nueva ciudad. Hablar con más gente, sentirme más viva, la necesidad de otro chute de adrenalina. Y, muchas veces, terminar por sentirme nadando en un bucle infinito de estar aquí pensando en allá. El miedo, inconsciente, a detenerme demasiado y perderme todo lo que me podría estar pasando en otro lugar.
Viajar despacio, la vida slow, recorrer cuarenta kilómetros al día o moverme a dedo. Viajar sin billete de vuelta, no contar los países, no irme de un lugar si siento que no debo hacerlo... He hecho muchos intentos con los que engañar a mi mente. Mente sedienta que siempre quiere más.
Es raro, pero esa anti-frase me calmó. Me equilibró. Tengo tiempo, o quizás no, pero me he cansado de ir corriendo. Todavía hay lugares que quiero visitar, todavía hay países que quiero conocer, todavía hay cosas que quiero aprender. (¡Ay, Colombia, Turquía, Mongolia y Perú. ..!)
Todavía mi mente corre.
Como si no tuviera tiempo.
Pero hoy, y es extraño, mi cuerpo ha decidido que quiere quedarse. Mi cuerpo dice que hay cosas aquí que quiero aprender, y que llevan tiempo. Mi cuerpo, peleando con la mente que ha mandado los últimos años, me dice que quizás es bonito ver cómo pasan todas las estaciones de un año en el mismo lugar, con los mismos ojos, con la mente en descanso.
Y sí, quizás me estoy perdiendo algo, pero no tengo dudas de que también lo estoy ganando.
"La anti-frase me calmó".. Es que siempre necesitamos el contrapunto para ver las cosas mejor.
Encontrar su sitio también es saber a qué velocidad se desea vivir. Cada uno la suya, y en su lugar. Pero siempre sin acomodarse; buscando ese algo más que siempre falta, pero cada uno a su ritmo. Siempre disfruto leyendo tus reflexiones. Un abrazo Patricia.
Algo así leí en Pessoa...
Viajar por todo el mundo desde una silla...
Tal vez por eso salió poco de Lisboa...
Hola Patricia! Que lindas reflexiones que escribes y compartes,siempre que te leo aprendo algo! Que buenas experiencias,te deseo lo mejor en tus viajes!! Saludos Anabella 🙂