Con poco preparativo, pero mucha ilusión, como hace tantos años atrás, volví a Girona.
Pero al llegar allí, encontré algo que no esperaba, encontré una Girona que no reconocí.
No sabría decirte a ti, que lees estas líneas, qué fue aquello que cambió. Quizás se entremezclaron los recuerdos, que quedaban algo nublados en alguna esquina de mi mente. Quizás cambió el ojo que miraba tras la lente de la cámara de fotos, o, simplemente, cambió la ciudad: a una ciudad más pequeña, más bonita y con más encanto. Quizás no sabía qué era lo que había cambiado, pero de lo que sí estaba segura, es que aquella no era la ciudad que yo conocí, y que, sin duda, había cambiado a mejor.
Y... tantos años después, ahí estaba ella. Ahí estaba yo. Como unos viejos conocidos que se tenían olvidados. Dos extraños que habían decidido volver a encontrarse, años después, con la convicción de que volverían a entenderse. Y, allí, bajo un sol de mil demonios, como esos dos viejos conocidos que éramos, buscamos en nuestros recuerdos, indagamos y recordamos, pero ya no hallamos nada que nos uniese a ese pasado. Y, a pesar de eso, nos caímos bien. Nos gustamos.
Me dejé perder por sus cuidadas callejuelas empedradas mientras me contaban historias desconocidas que olvidé escribir en algún papel. Me enseñaron lugares preciosos que todo el mundo puede encontrar, pero que me sentí feliz de haber encontrado, y descubrí el que me pareció el rincón más romántico del mundo, donde los árboles escuchan entre sus sombras los latidos de los corazones que gritan en silencio.
Observé una catedral que, a pesar de conocerla, tampoco reconocí. Mis recuerdos sabían a dulce, a chocolate, y hablaban de una fachada de la catedral un día de menos sol. Sin embargo, esta vez, en mi encuentro con la catedral me marcaron los mosquitos, y esas ganas intensas de beberme una cerveza con limón, helada. El encuentro con la catedral supo a decepción, o a sorpresa, qué sé yo, porque no sabría definir el sentimiento que invadió mi cuerpo cuando tampoco reconocí aquella catedral, la cual (y de eso sí estaba segura) no había cambiado.
Es extraño, cuando esto pasa. Pensé. Volver a estar aquí, como si nunca antes hubiese estado. Y entre pensamientos y ensoñaciones entendí que quizás no fue Girona la que había cambiado. Quizás, después de tanto tiempo, la que había cambiado era yo.
Y di un sorbo a mi cerveza con limón mientras observaba esas casas de colores que colgaban sobre aquel río. Como aquella vez. Porque eso sí que, todavía, no había cambiado.
¡Girona! Mi hogar por casi diez años...la extraño...
tenía intención de conocer el Alentejo. Pero considerando que para moverse por localidades de la región no hay más posibilidad que alquilar un coche y pasar los días en ruta, lo estoy descartando.