Hay amores que te marcan para siempre, y a razón de amar mucho, ya son unas cuantas marcas las que llevo tatuadas. Quien habla de un amor para toda la vida quizás nunca probó aquello de vivir una vida para cada amor. Respirar a bocanadas por miedo a que su perfume se diluya en el aire, sonreír por los sonidos desagradables, sabiendo que habrá un momento para echarlos de menos, palpar sus curvas, sus avenidas, moverte deprisa intentando no perderte ni uno de sus rincones. Y abrir los ojos cada día, para mirarle de frente, llueva, granice o nieve, sabiendo que esa es, también, parte de su belleza.
Y es que hubo siete amores en mi vida, me enamoré siete veces, de siete ciudades diferentes.
El amor no es coherente, ni tiene memoria. El amor aparece... y desaparece. El amor no entiende de cronologías, ni de tiempos verbales. Los pretéritos, los presentes y los futuros se mezclan en este escrito, que sale tan de dentro y con tanto cariño. Porque hace tiempo quería hablaros de los amores de mi vida, de esas ciudades, de esos momentos, que hicieron que, un día, perdiese la cabeza, tan loca y dulcemente...
MI PRIMER AMOR: PERALTA
Peralta siempre lo consideraré mi primer amor. Antes tuve mis tonteos con el amor, un Rennes, en la Bretaña francesa, un amor de verano, lleno de descaro, de cervezas a escondidas y risas bañadas en libertad. Sus casas de madera, sus alrededores tan rústicos, el sonido de gaitas y ese clima húmedo con toque gallego.
Pero me enamoré de Peralta, mi pueblo: pequeño, sencillo y bonito. Al menos a mí siempre me lo pareció. Las cosas eran sencillas entre nosotros, los mensajes claros y el amor grande. Teníamos nuestras diferencias pero una unión invisible nos hacia mirar hacia adelante. Hasta que, un día, el peso del resto del mundo fue demasiado. Me llamaba a voces desde el otro lado, Peralta se me quedaba pequeño, y decidí escuchar aquellos gritos internos que me prometían nuevas aventuras, nuevos lugares y nuevos tesoros por descubrir.
UN AMOR MARCADO POR EL FRÍO: PAMPLONA
Pamplona siempre estuvo allí, desde que era bien pequeña. Pero aunque siempre estuvo tan cerca, siempre la vi muy lejos. Siempre me pareció bonita, cercana y me enamoré de ella San Fermín tras San Fermín. Me gustaba su seriedad con cierto toque vasco y rebelde. Pero, cuando al fin me decidí a quererla, entendí que no podía ser mi ciudad. Pamplona era demasiado fría, demasiado seria. Me costó aceptar la lluvia, las nubes y ese carácter tan reservado de los pamploneses y decidí, entonces, seguir encontrando.
LA AMBIGÜEDAD DE GRANADA: DEL CALOR AL FRÍO EN 60 SEGUNDOS
El calor, la cerveza y tapa, la fiesta y la pasión me enamoraron de Granada. Una ciudad perfecta, una ciudad preciosa. Algo rebelde. Incontrolable. Pasear por la Alcaicería, perderse en el Albaicín, la pasión de Sacromonte. Divisar la rojiza Alhambra. Escaparme a las montañas.
Pero nunca acabé de entenderla. Nunca acabé de entender ese carácter, tan ambiguo, que parecía adorarme unos días y detestarme el siguiente. Y nunca acabé de entender qué esperaba Granada de mí, si es que esperaba algo.
EL CALOR, LOS BUENOS TIEMPOS Y LA CALMA DE TARRAGONA
Tarragona me ofreció uno de los tiempos más importantes de mi vida. Quizás no me equivoco al decir que es el mayor amor de mi vida. Su belleza, su calma, su tranquilidad y su calidez me abrazaron durante años. Al principio todo fueron sorpresas, fiestas y experiencias nuevas. Tarragona me trató como alguien mayor y, allí, crecí y me convertí en adulta. Cada nuevo paseo me sorprendía, cada conversación me fascinaba. La mezcla de juventud, historia y pasado me enamoró. Era una ciudad con mucha historia, pero cargada de jovialidad. Pero poco a poco se fue haciendo difícil encontrar rincones que me sorprendieran, que me descolocaran.
Los recuerdos me invaden cada vez que vuelvo a verla, avisándome de lo fácil que sería volver a quererla. Vivir allí, entre abrazos de gente que me quiere y la tranquilidad de la ciudad. Quizás es la ciudad de mi vida, una ciudad que siempre me trató bien, con la que era fácil entenderse y encontrar cosas para hacer. Sin embargo, le faltaba chispa. Movimiento. Claramente, todavía no era su momento.
LA ORGANIZADA STUTTGART
Stuttgart no era para mí. Cualquiera que me conozca un poco sabe que ese orden, esa planificación y ese saber estar nunca fue demasiado conmigo. Sin embargo, creo que me enamoré de Stuttgart. Y es que apareció ahí, en el momento perfecto en el tiempo perfecto. Y fue por ello que la quise tanto. Y tan rápido. Deseé quedarme allí, durante mucho tiempo, aunque nada me uniese a ella. Poco a poco, fue la propia Stuttgart, sin entender muy bien qué había visto yo en ella, la que acabó por mostrarme el camino.
El Erasmus terminó hace tiempo y el recuerdo se va difuminando. Y la ciudad, tan ordenada, tan seria y tan fría, cada vez parece estar más lejos, más escondida, en algún rincón de mi corazón.
SALVAJE E INCOMPRENDIDA PHNOM PENH
Los prejuicios, la suciedad y la falta de tiempo hizo que no le diese demasiada importancia a Phnom Penh. Sin embargo, mi mente vuela una y otra vez hacia la salvaje Phnom Penh.
En el momento en el que la vi me atrajo algo que, incluso ahora, no puedo explicar. Supe que sería una ciudad en la que pasar algunos de mis días, algo de mi tiempo. Supe que sabría entretenerme, sorprenderme y tratarme con cierta dureza cargada de dulzura.
Phnom Pehn es una ciudad maldita, una ciudad que no podría compartirla con nadie de mi alrededor. Una ciudad de la que nadie comprendería sus bonanzas cuando hablase de ella. Una ciudad fea que esconde belleza cuando la miras con otros ojos, una ciudad con ganas de enseñarte tanto como estés dispuesta a aprender de ella. Una ciudad difícil, y exigente. Una ciudad que acabaría agotándome, por toda la atención que ella exige y que, como viajera del mundo, nunca podría darle.
Phnom Pehn es una ciudad que con su parte más bonita deja entrever también su parte más fea, porque ella sabe que quien la ame, deberá amarle al completo.
BERLÍN, UN AMOR IRREAL, UN AMOR PLATÓNICO
Me emborraché del concepto, de la ciudad, de su postureo y su belleza. De su libertad.
Me enamoré irracionalmente. Apasionadamente. Irrealmente. Berlín es aquella ciudad con la que sueño pero que nunca llega. Aquella ciudad que lo tiene todo, pero de la que es difícil creer que te pertenece algo. Quizás porque es aquel amor que, a pesar de haberlo deseado con tanta fuerza, nunca fue correspondido. Nunca fue sencillo. Intentaré acercarme de nuevo a ella, intentaré golpear en todas sus puertas, para ver si, de una vez, alguien abre tras ella.
Porque quizás Berlín sólo existe en mi cabeza, así que seguiré descubriendo, conociendo y amando otras ciudades, otros mundos. Porque el mundo es grande, lleno de ciudades dispuestas a amar y sentirse a amadas. Llena de ciudades con las que disfrutar, reir, llorar y gritar. Llena de ciudades dispuestas a ser el siguiente gran amor de mi vida...
Y yo... yo todavía tengo muchas ganas de seguir viajando.
P.d: Este post está inspirado en el post de Charcodelocos, una bloguera navarra con mucho arte a la que sigo y que habló de los 8 amores (literarios) de su vida. Puedes leerlo aquí.
[…] que Berlín quiere que viva, porque cada vez que voy allá, casi un año entre idas y venidas, he convivido en esa animada intersección del centro de […]
[…] que Berlín quiere que viva, porque cada vez que voy allá, casi un año entre idas y venidas, he convivido en esa animada intersección del centro de […]
[…] dos meses viviendo en Berlín, mi mochila ya vuelve a las andadas, planeando abandonar esta ciudad que tanto me gusta para seguir adelante con muchos de los planes que se amontonan en mi cabeza. Han sido dos meses […]
Muy bueno...yo tambien me enamoro de los lugares...tal vez te cite y arme algo similar en mi blog...me gusta el concepto...y como no...lo de los amores literarios tambien sucede...gracias por compartir.
QUE BONITO POST.....MÁS AMORES POR FAVORRRRRRRRRRRRRR