De Luang Namtha llegar a la famosa Luang Prabang, para alcanzar Vientiane pasando por Vang Vieng, y todo... ¡en autobús!
El trekking de tres días por la selva de Luang NamTha me había dejado sin fuerzas, y aunque necesitaba un día de relax, de tomarme mi tiempo, de asimilar lo vivido, tomé un autobús que me llevaba a Luang Prabang. Sentía que mi tiempo en Luang Nam Tha ya había terminado y quería un cambio de aires. El descanso podría tomarlo al llegar allá.
El autobús tardó 10 horas en recorrer trescientos kilómetros. Diez horas largas, con muchas curvas, pero que me resultaron entretenidas. Al fin y al cabo, eso era Laos en estado puro. El autobús, destartalado y de motor flojo, luchaba con todas sus fuerzas contra las condiciones contrarias; un cable de luz que colgaba a una altura peligrosa sobre la carretera, una lluvia torrencial que conviertieron en barrizal lo que allí llaman carretera y unos pasajeros cansados de tanta hora y tanta curva que se abrazaban a sus bolsas de plástico.
Pero el autobús llegó, por fin, a la reconocida Luang Prabang. Y tenía tantas ganas de llegar a ella, ver aquella ciudad de la que todo el mundo habla, que me decepcionó. O quizás no. Quizás fue que allí donde esperaba un flechazo sólo encontré una atracción física.
Y ahora pienso en cada momento que pasé en la ciudad y sólo recuerdo aquel buffet nocturno (maravilloso) vegetariano en el que los platos, tan llenos como quieras, costaba algo parecido a un euro, la cerveza en la orilla del río y esa charla relajada, el madrugón para ver la ofrenda matinal a los monjes, y su aire tan místico, sus cascadas de aguas azules y el remojón en una de las "tinajas" a las orillas del río. Y que me perdone si el que lee es un enamorado de la ciudad, pero, a pesar de todo eso, no acabé de encontrarle el encanto. Ese algo que hace que una ciudad te enamore. Quizás fue no sentirla mía, compartirla con tantos turistas, con sus precios (los más altos de todo el viaje hasta el momento), sus expectativas...
Y abandoné Luang Prabang, algo excéptica, camino de Vang Vieng, la ciudad del tubing y los jóvenes en busca de fiesta acuática. Y a pesar de todo lo (malo) que había oído de ella, esperaba sorprenderme. Y me sorprendió.
Como siempre me ocurriría en Laos, el camino en autobús fue tan largo como impresionante. Al llegar a la ciudad nada decía que aquel pueblo tendría algo que ofrecer, ya que sólo podían verse muchos hostales, muchas "western food" y unas montañas preciosas que lo envolvian. Enseguida se comprueba el turismo fiestero del pueblo, y es fácil ver muchos jóvenes américanos y/o australianos en su gap year (año sabático previo a la universidad) bebiendo, con ropas cortitas e infinitas pulseritas en sus muñecas que indican cada una de las bebidas alcohólicas que se han tomado en su viaje, un regalo muy extendido en algunas ciudades de Laos. Pero al acercarte a la orilla del río, lejos de ese otro ambiente, sólo se respira paz. Los niños juegan en el río, las montañas recogen las nubes, y los pescadores salen a faenar. Como pasa en muchas ciudades y pueblos del norte Tailandia, estas vistas han sido restringidas por los hostales que ocupan los mejores puestos y cada vez parece más difícil encontrar un huequecito en el que disfrutar de ese ambiente sin tener que pagar por ello.
Como me ocurriría mucho a lo largo de mi viaje por Laos, la lluvia hizo su parte, obligándome a aparcar mi bicicleta y resguardarme... disfrutar del paisaje, pero sin permitirme hacer mucho más. Puse, entonces, dirección a Vientiane, la capital del país.
Vientiane tiene fama de no tener nada y son muchos los turistas que incluso saltan su visita, algo que no entraba en mis planes. Si bien las malas lenguas tienen algo de razón, Vientiane merece ser visitada aunque sea por ver una de las capitales más tranquilas del mundo.
Además de visitar el arco del triunfo, Patuxia, en honor a la independencia, pasear por sus calles, la orilla del Mekong y disfrutar del "ruido y movimiento" de una ciudad laosiana, me escapé al museo COPE que trata de concienciar sobre la presencia de municiones no explotadas (UXO) y su repercusión en sus habitantes. Un museo muy interesante para conocer un poquito más sobre las complicaciones del país.
Y dejando Laos me encaminé a Kong Lor, el pueblo laosiano que me robaría el corazón.
curiosa la fotografía del museo de piernas ...me van mas la de paisajes y sobretodo la de niños y si estas tu con ellos esas me encantan..un beso
🙂
veo que allí también el calzado para la lluvia son las chancletas......jajajajajajajaj sigues disfrutando y contándonoslo.
Jajajaja. La verdad que quitando los trekkings y caminatas... es el mejor calzado!