Ayer pensé en esa lavadora que hace días que ya no uso. En ese lavavajillas, ese sofá del salón y esa ropa de domingo que hace un mes que ya no tengo. Y dejé que mi mente deambulase por todas aquellas necesidades que un día tuve y que dejaron de serlo, o de las que, a base de obligación, aprendí a prescindir. Un espacio propio, una cama y un escritorio. Un ordenador, un espejo y una bañera. Las persianas y el café por la mañana. El tener un armario con ropa donde elegir y una nevera llena de comida elegida por y para mí. Ese coche esperando en el portal. Mi televisión, internet en el móvil y un enchufe donde recargar. Una casa. Un lugar. Un techo de verdad.
Hoy estoy en Buenos Aires, en un balcón prestado de un quinto piso mientras el día se va, y miro la vida de otros a través del cristal. Una chica amamanta a su bebé en el sofá de su salón. Un salón diáfano, sin objetos de más ni comodidades superfluas. Me pregunto si creerá que tiene todo lo que necesita, o querrá más. Y me digo que es muy probable que quiera más. Es algo innato, inexorable, algo humano, ese querer siempre más.
Y aproveché para preguntarme si echaba de menos todo eso. Si echaba de menos todas esas posesiones, si todavía las necesitaba, si no me cansaba de vivir de prestado. Pensé en mi vida así, como ahora, más independiente, más salvaje, más nómada.
Una vida con menos. Menos civilizada, menos organizada. Una vida con menos posesiones, pero menos obligaciones. Menos derechos, pero más opciones. Menos comodidad, pero más libertad. Pensé en las necesidades autocreadas y esas comodidades que entendemos como indispensables. En nuestra necesidad de algo nuevo, algo mejor y más bonito. Algo que sea más rápido. Y por lo tanto también más caro. Y cómo, sin dudarlo, nos hipotecamos, vendiendo nuestro tiempo, dejándolo prestado. Poco importa eso si podemos comprar esa comodidad que nos traerá felicidad.
Aunque casi nunca la traiga.
Y perdida en estos pensamientos pensé en Pindoty-i, en sus habitantes indígenas, y en esa sensación agridulce que me costó identificar. En sus necesidades básicas y las necesidades innecesarias. En el efecto que provoca una visita que sólo quiere ayudar. Y que me hace preguntarme si en realidad ayuda, o desayuda. Y es que yo no lo tengo tan claro.
Regalarles ropa, querer enseñarles a trabajar, a ser más eficientes, a plantar. A construir un tejado, a comprar en el super y a reciclar. Y me siento como si quisiéramos robarles un poquito de su libertad. Como si, en el fondo, tuviésemos una obsesión de querer civilizar. De enseñarles a necesitar, a explicarles qué pueden alcanzar y qué podrán un día comprar.
A crear dependencias a alguien que nunca antes las necesitó. Hablarles de techos, baños y ropas a alguien que un día no necesitó más que sus manos y una selva que se les robó. Y pienso en ellos, que también comienzan a necesitar, esas necesidades inventadas que nunca antes se plantearon. De las que nunca dependieron. Sin embargo, saber ahora que están ahí, y no las pueden alcanzar, les provoca infelicidad.
Porque alguien llegó un día y les habló de unos techos de metal, de unas sodas gaseosas que nunca antes bebieron y una ropa que nunca entendieron. Y aprendieron a necesitarlas, como los demás aprendimos primero.
Lo que nadie les contó fue que necesitar es sinónimo de depender, de sociedad y de consumo. De sentirte civilizado, hipotecado y algo enjaulado. Porque son las reglas que aceptamos, porque son necesidades que necesitamos.
Porque aunque me cueste admitirlo, y me cabree aceptarlo, la ropa me queda muy mal cuando la lavo a mano.
Me encanta tu blog y este artículo es muy bueno. Creo que todos alguna vez en la vida nos hemos dado cuenta de la infelicidad que producen las necesidades creadas Y sin embargo seguimos en la misma espiral para ser aceptados.
Gracias! Me alegro de que te guste! Espero que, como dices, todos alguna vez hayamos sido conscientes de las necesidades creadas (aunque creo que es una visión muy optimista de nuestra sociedad :D) Hay que trabajar (cada día) por luchar contra esa espiral. Un abrazo!
BRAVO! Sin más.
Me parece incríble el poder de tus palabras y la forma de ver la vida. Como una persona que estudió mercadotecnia, aprender sobre las necesidades es lo básico en esa carrera y la verdad es que nos enseñan desde que tipos de necesidades tenemos hasta como hacerlas reconocer a las personas para que estas compren, siempre viendo del lado del consumismo, más nunca del lado humano que tu mencionas.
Espero algún día encontrarte en el camino.
Saludos desde México.
Paola Cornejo