Bolivia te consume. Bolivia te sorprende. Bolivia es amable, y tan arisca. Bolivia es sabrosa, y tan barata. Bolivia es turística, y tan inexplorada. Bolivia te deja tirada en mitad de la nada y..., de pronto, te tiende la mano. Bolivia te sonríe, y corta tus labios con ese ambiente tan árido, tan seco y tan alto.
Bolivia hace que quieras quedarte y, sin saber porqué, que tengas tantas ganas de irte.
Estas líneas las escribí hace unos días en mi cuenta de Instagram, y me sorprendí a mí misma sin saber muy bien porqué. Quizás sólo me sorprendió verme escribiendo en Instagram, una red social que prácticamente sólo utilizo para colgar algunas fotos. Quizás me sorprendió la velocidad con la que las sensaciones salieron de mis dedos. Sin embargo, creo que lo que realmente me sorprendió fue el darme cuenta de que era la primera reflexión que hacía sobre Bolivia en más de una semana que llevaba en el país. Quizás me sorprendió percatarme de que Bolivia no me había dado el tiempo, hasta entonces, de pensar en mí. Tampoco en ella.
Y fue entonces cuando decidí ordenarme, y escribir sobre, ésta, mi primera vez en Bolivia.
MI PRIMERA VEZ EN BOLIVIA
Llegaba a la frontera algo ansiosa. Nerviosa. Con algo de miedo. Me habían contado tantas cosas (malas) de Bolivia, que dudaba tener la energía que, al parecer, requería. Quizás era mejor dejarla para otra (mejor) ocasión. Quizás. Pero el norte de Argentina me había puesto la miel en los labios, me había mostrado un poquito de lo que podía ser Bolivia, y me había encantado.
Ya no tenía dudas, tenía energía, y quería conocerla.
Cruzar de La Quiaca a Villazón es cruzar a otro mundo. El cambio se siente, y se siente mucho. El Noroeste argentino no se parece en nada a sur de Argentina, pero todavía se siente como Argentina, como algo cercano. Sin embargo, cruzar esa frontera fue un golpe en la cara. En unos segundos estaba en otro país, casi otro mundo, en algo totalmente diferente a los últimos seis meses. Algo menos occidental, más latino y muy auténtico. Algo ruidoso, caótico, donde las señoras a las que preguntaba me sonreían, pero no me comprendían. Me contestaban, pero era incapaz de saber qué me decían. ¿En qué me hablaban?
Era mi primera vez en Bolivia, y me sentía extraña, pero, y a decir verdad, me gustaba.
Los labios me duelen mientras escribo estas líneas. Bolivia consume. Desde que crucé esa frontera me siento más débil. También más cansada. Sin embargo, la mente me da vueltas por todo lo visto. Por tanta sorpresa. Bolivia es, sin duda, más de lo que esperaba.
Las señoras llevan trenzas que les llegan hasta las caderas, portan un sombrero que parece un bombín, y a sus espaldas cargan niños (o todo lo que seas capaz de imaginar) en coloridos pañuelos que llaman awayos. Odian las fotos y no tienen inconveniente en tirarte lo que tengan en la mano si creen que estás robando una imagen de su rostro. Desconfían primero, y sonríen después. Te engañan con el precio y no tienen vergüenza en decirte que eres un gringo. Los chicos son tímidos, pero, cuando arrancan, son insistentes. Si caminas todo está leeeejos, y alargan la e, para marcar bien la distancia. Pero cuando conducen siempre van cerquita, ahisito. Te piden dinero y se ríen en tu cara cuando les dices que viajas a dedo. ¿Gratis?¿Sin dinero? Mueven la cabeza, negándote una ayuda que, consideran, un gringo no necesita. Y es que, allá, tienen dinero ¿no?
Pero hablando se entiende la gente y cambian su rol cuando entienden que te mueves diferente. Que quieres conocerles. Y deciden que quieren enseñarte su otra cara. Una más amable, más confiada y más sonriente. Si ven que necesitas ayuda, te ayudan en lo que pueden, te levantan en la ruta y te preguntan sobre quién eres.
La comida está por todo, a cualquier hora, y es muy barata. Y es que un plato interminable, en un mercado, cuesta cerca de un euro. Todos los platos llevan arroz, maíz, o una porción de papas. Es raro que un plato no tenga carne, pero la calidad es, la mayoría de las veces, bastante cuestionable. Y aunque me avisaron de que no era sabrosa, yo disfruto cada cucharada.
Las condiciones de sus ciudades son bastante extremas; con un clima árido, seco, y donde es fácil verte por encima de los 3000 metros. Y, por supuesto, sentir sus síntomas. Dolor de cabeza, narices secas, una taquicardia constante y un estómago mareado. Te acostumbras a ver mascar coca, y a mascarla para sentirte más cómoda.
Bolivia es fiesta, música y disfraces. Y es que en menos de 10 días he conocido cuatro fiestas diferentes. Cada una de ellas con sus bailes, disfraces y pasacalles. La gente disfrutando en la calle.
Bolivia tiene ese tira y afloja. Ese desafío constante. Esa sorpresa. Tan turística, y tan inexplorada. Tan bella y tan auténtica. Tan sufrida y, al mismo, tan exigente.
Sin duda, Bolivia es única.
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