Lo encontré, Antoine, lo encontré. Grité para mis adentros queriendo evitar que nadie me tratase de loca. Porque los dos sabemos cómo son los adultos, y cómo se mueve el mundo. Nada entienden. Hablé con él ¿sabes? Me contó cosas hermosas.
Estaba allá, donde tú estuviste una vez. No era el desierto, ni tenía cabellos de oro, pero era un príncipe en ropas de viaje. Estaba frente a un lago, rodeado de montañas y tres volcanes. Me vigilaba la cabeza de un indio y una india tumbada. Entonces, él apareció bajo la única estrella en un cielo nublado. Traía agua de oro y me regaló flores, pero yo todavía no sabía de quién se trataba.
- Buenos días
- Buenos días. ¿Qué haces aquí?
- Viajo. Estoy de paseo
Le contesté moviendo mis pies en el agua fría del lago.
- ¿Y qué buscas?
Me quedé callada. Una pregunta profunda, así, tan de entrada.
- Nada. O todo. Imagino... Pero no tengo prisa por descubrirlo.
- Una vez, un guardavía, me contó que los viajeros se mueven de un lado a otro, porque nunca uno se siente contento donde está.
Me dijo mirándome a los ojos.
- Que no persiguen nada, que tienen mucha prisa, que bostezan o duermen, que nunca pegan su nariz contra el vidrio.
Me interrogó con la mirada y prosiguió.
- Sólo los niños. Ellos pierden su tiempo con una muñeca de trapo que viene a ser lo más importante para ellos y si se la quitan, lloran... Ellos sí que saben lo que buscan.
- ¡Que suerte tienen!
Completé la frase de aquel extraño viajero recordando ese fragmento de tu libro El Principito.
Reímos y nos quedamos en silencio.
- ¿ Y de dónde eres?
Pregunté
- ¡Oh! De un lugar muy pequeño. Lejos de aquí. Tengo tres volcanes. Dos volcanes en actividad y un volcán extinguido. Pero nunca se sabe.
Sonreí. Al fin y al cabo, Antigua, con sus volcanes Fuego y Acatenango, y el de Agua ya inactivo, no estaba tan lejos de allí, del lago Atitlán.
- Antigua no está tan lejos de aquí.
Mi frase le dio mucha risa y no dejó de reír durante un rato. Ya no me escuchaba y no contestaba a mis preguntas.
- ¿A dónde vas después?
-¿Ves esa serpiente?
Me dijo señalando una pequeña montaña a los pies de un volcán e ignorando mi pregunta.
- No podrá moverse durante meses después de comerse semejante elefante.
Miré confundida en la dirección que señalaba su dedo y le miré a él. Asombrada, volví mi vista a ese cerro que escalé el día anterior, y adiviné en su figura la boa que en tu libro siempre me pareció un sombrero. Volví a mirarle extrañada.
- Ese cerro, el de Oro, es importante para mí. - Le dije
- Y ¿por qué?
- Porque ayer subí hasta a él con una mochila enorme. Me costó mucho esfuerzo, pero lo conquisté.
- Antes sólo era un cerro cualquiera, pero desde ayer, es importante para ti. Lo domesticaste.
Y tras decir esa frase, su semblante se entristeció.
- Yo domestiqué una flor. Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá está apagado para siempre.
Me entristeció sentirle triste y pensar en que en algún momento yo también tuve una flor que creí única y que finalmente no lo fue.
- Lo que la hizo bella fue el tiempo que perdiste con ella.
Le dije repitiéndo(me) unas palabras tuyas.
Él sonrío y yo entendí.
El lago Atitlán me hablaba de viajes, de amor y de cosas esenciales. Del asteroide 612, el sombrero y la boa.
Él, que nada se parecía a aquel príncipe, que no tenía cabellos de oro ni una bufanda amarilla, que no hablaba de asteroides ni de planetas, si no de pueblecitos comunicados en lancha y tradiciones. Me hablaba de Guatemala, de volcanes y lagos. De las rosas que crecen en Antigua y el cerro de Oro que era un sombrero y una boa al mismo tiempo, y que dibujaste en tu libro.
- ¿ Eres él? - le pregunté
De nuevo no respondió. Y riéndose se marchó. Dejándome ahí, en la orilla de ese mágico lago.
El silencio a mis preguntas, junto a su risa, me dio la respuesta. Supe entonces que era él, Tonio. Y quise contártelo. Tal y como siempre me pides cuando acabo tu libro. Porque lo esencial es invisible a los ojos, y yo no tuve que verlo para saberlo. Me (re)encontré con tu Principito en Guatemala y supe con certeza que tú no lo encontraste en el desierto, si no en el país de los volcanes y la eterna primavera.
Sé que cualquier niño que lea este texto creerá en este encuentro. Sabrá que, como yo cuento, estaba el Principito en Guatemala. En Antigua, en el lago Atitlán, en los volcanes y los cerros. En las rosas. Pero entiendo que los adultos no me creerán, porque necesitan cifras y datos.
No hay porqué guardarles rencor. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas mayores.
Y por eso, para ayudarles a creer en esta historia de El Principito en Guatemala y de cómo Exupéry se insipiró en este país, añado esta pequeña biografía. Sé que así me creerán y se pondrán muy contentos.
Antoine Saint Exupéry en Guatemala
Consuelo, la mujer de Exupéry era la rosa
Así se inspiró El Principito en Guatemala
La Antigua Guatemala es el Asteroide 612
El autor de El Principito se habría inspirado en Guatemala
gracias...
A ti ❤
Yoo...soy adulta y si te creo...Por qué no hacerlo???
Si cada vez que iba leyendo me lo imaginaba, por lo tanto para mi ya es real.
Hermoso !!!!!
Quiero ir a Guatemala conocer.
❤
Precioso y encantador.
Gracias! <3