Hace tiempo que lo noto, que me escribo, que me pregunto ¿Qué me pasa con México? que me alargo, me quedo, me relajo... que me siento más viviendo que viajando.
Sí, me digo, no sé qué me pasa con México, pero la relación que tengo con él es diferente a la relación que he tenido con cualquier otro país.
Normalmente, me muevo de un lugar a otro, dejándome sorprender con lo que cada lugar puede ofrecerme. Me gustan o no los lugares, me parecen bellos, caóticos o singulares, y, sin querer queriendo, califico su grado de habitabilidad.
Esto quiere decir que, siempre, inconscientemente, los clasifico en una carpeta de lugares donde podría o no podría vivir, como haciéndome mi propia lista mental de lugares donde poder recurrir un día si buscase un lugar donde querer quedarme.
No sé si es raro, pero hace años que lo hago.
La lista, obviamente, ha ido creciendo. Los lugares habitables son esos lugares donde me siento cómoda, donde la vida me parece bella y fácil, donde me gusta su gente y su ambiente. Son lugares diferentes que, a simple vista, parecen no tener un nexo en común. Malaka, Pucón, Essaouira, San Rafael, Sucre, Bergen, Montevideo, Valparaiso, Pai, Hopkins, San Pedro, Berlín... son lugares que me enamoraron, no sólo por sus paisajes, sino porque fueron lugares en los que me sentí especialmente bien, feliz simplemente por el hecho de caminar por sus calles.
Sin embargo, también inconscientemente, al cabo de unos días en el lugar, un sentimiento de impaciencia me embriaga. Empiezo a pensar en el paso del tiempo, en el sentido de todo, en lo que viene después ¿Qué haces aquí parada con lo grande que es el mundo? Si aquí ya lo has visto todo.
Y entonces, con convicción (y emoción), diciéndome que siempre es posible volver, rehago mi mochila, cierro cremalleras y me despido del lugar. El mundo me espera, y antes de quedarme en un lugar quiero seguir viendo crecer la lista de lugares visitados y experiencias vividas, y por qué no, esa lista de lugares en los que, si un día quiero, siempre será posible perderme. Sí, olvidándome quizás un poco del presente.
Pero México es diferente. Lo supe pronto.
Valladolid, Sisal, Mérida y después Bacalar. En todos ellos podría haberme quedado. Todos pasaron rápido a una lista en la que, hasta ahora, no era fácil entrar. En Mérida me quedé quince días, que suele ser lo máximo que me he quedado en lugares que me han encantado. Me encontré a mí misma, tras apenas veinte días de viaje, pensando que si aparecía un departamento céntrico donde quedarme me quedaría. Era algo nuevo para mí, pero me dije que tenía que escucharme. En pocos días había hecho amigas locales, cada noche había actividades gratis culturales y tenía los bares de techos desnudos más bonitos que he visto nunca en los que las estrellas me sonrían mientras bebía cerveza.
Las hermosas calles de Valladolid
Bancos confesionarios en Mérida
Sin embargo me fui. No apareció un depa y yo recién comenzaba un viaje. A mi mente viajera se le antojaba demasiado precipitado detenerse en algún lado.
Y llegué a Bacalar. Todo se dio. Laguna, alojamiento, comida y trabajo. Amigas y amigos, el clima, los cenotes y el sol. Me quedé y me fui quedando. Sin reproches y sin prisas por continuar con un viaje que apenas sumaba los treinta días. Bacalar me hablaba de quedarme y me quedé. Ya entonces me preguntaba qué me pasa con México, que me hablaba de vivir más que de viaje.
Mi bello Bacalar
Cuando sentí el momento me fui. Fueron cinco meses, mucho más de lo que me haya quedado en ningún lado desde que comencé a viajar. Me dije que quizás era que ya sobrepaso los treinta, los seis años de viaje, el cansancio de la no pertenencia.
Sin embargo, viajé por Belize, un país muy habitable y no me detuve más de 5 días en ningún lado. Crucé a Guatemala, que me enamoró por completo, me encantaron sus volcanes, su eterna primavera, Atitlán y Antigua, el frío de Xela. Y no sentí querer detenerme.
El increíble lago de Atitlán, en Guatemala
Contenta y feliz volví a México, que extrañamente sentí como casa. A pesar de volver a Chiapas, un estado que todavía no conocía, los sentimientos de quedarme aparecieron de nuevo. San Cristóbal de las Casas y hasta Coita, un pueblecito de descendencia zoque donde todo el mundo cree que "no hay nada" y, sin embargo, de forma extraña, había de todo y era tan casa.
San Cristóbal de calles perfectas
Cascada del Aguacero, en Coita
Pero Qué me pasa con México. La pregunta continuamente en mi cabeza.
Y me fui a Oaxaca.
Si me había visto viviendo en Mérida, Bacalar o San Cristóbal, Oaxaca reunía todo en un sólo estado. Y eso yo no lo sabía, claro. Lo fui poco a poco descubriendo. Primero el mar, que me llevó irremediablemente al norte español, a mi querida Asturias y a la costa gallega, pero con un sol constante y un agua de mar tibia siempre perfecta.
Llegué a la sierra a pasar un par de días antes de ir a la ciudad y, sin saber cómo, terminé quedándome doce días en San Mateo, un pueblo de montaña, aislado de todo. Aislada de todo menos de una energía bella, las montañas, las nubes, gente hermosa y rica comida. No me faltaba nada.
Me fui porque llegaba el día de muertos y quería, a toda costa, pasarlo en la ciudad de Oaxaca. Me fui, aún pensando que me arrepentiría, y Oaxaca me gustó tanto que pensé porque ya se me termina el viaje pero aquí, me quedaría...
Punta Cometa en Mazunte, Oaxaca
San Mateo, el pueblecito de la sierra de Oaxaca donde los días volaban. Como yo
Oaxaca, una de las ciudades más hermosas que conozco
Qué me pasa con México... que en casi todos los lugares que he visitado me gustaría quedarme.
Pero, sin querer queriendo, surge esa prisa, curiosidad, impaciencia y culpa, esas ganas de seguir conociendo que me dicen ve, viaja, vuela y si quieres, un día vuelves.
Y me voy.
Vuelvo, poco a poco, hacia casa a pasar Navidad pensando cuál será mi próximo viaje. Si iré a Egipto, Grecia, Portugal o Sri Lanka. Si, porqué no, volveré a México, donde el viaje no se siente viaje.
¿Que qué me pasa con México? Pues no lo sé, pero se siente bien, como podrían decir aquí, se siente rico.
Hombre... Obviamente estás conociendo el sur, el centro y el norte son diferentes pero también con lugares encantadores te recomiendo San Luis Potosí, San Miguel Allende y pueblos de Guanajuato, Zacatecas, Guadalajara desconozco si ha sido es una ciudad grande... Pero muy cerquita está tequila, Vallarta, subes por la riviera nayarita a varios pueblos, puedes llegar a Mazatlán, a El fuerte Sinaloa Tomás el tren Chihuahua al Pacífico y te vas a quedar enamorada acá en mi tierra Chihuahua, en la sierra Creel, Guachochi y varias otras pequeñas poblaciones, acá los indígenas predominantes son los tarahumaras, hay mucho por conocer todavía en México pero muy diferente a lo que has conocido quizá te guste quizás no.. pero sí es una experiencia que tienes que vivir...ah se me olvidaba Valle de Bravo Estado de México el Estado de Morelos Veracruz te iba a muchos lugares. Y no creas que todos los mexicanos los conocen muchos prefieren ir a Europa o estados unidos antes de conocer el propio país y está bien aquí donde yo vivo que la capital Chihuahua me queda a 4 horas la primera ciudad de estados unidos frontera con Juárez Qué es el Paso Texas.
Saludos
Patri, después de 8 años sin pisar México, lo extraño como si fuera mi propio país y no hay ningun otro que me haya sentir esa cosa tan especial como la que siento cada vez que viajo por alli....vuelvo como si fuera a casa y me sigue enamorando. Quizás sea simplemente que a ti también te enamoró y el amor, ya sabes no se entiende, se siente.
Gracias por compartir este precioso post!Eres una fuente de inspiracion.
Sigue viviendo feliz y pronto de vuelta a casa, a la de siempre 😉
Caro
Qué mensaje tan bonito Caro! México tiene una fuerza especial, una hospitalidad y cariño que hace que no quieras marcharte. Es un amor de esos que no se pueden explicar. En dos días piso casa, y no sabes qué ganas tengo. Un abrazote!