Desde que volví de México, Belize y Guatemala, llevo casi cuatro meses en casa. Cuatro meses que esperaba largos y algo pesados y que, sin embargo, han pasado de forma dulce y tranquila. Han sido unos meses mucho más bonitos de lo que esperaba. Probablemente, haya sido una de mis mejores vueltas a casa. No ha habido ansiedad, angustia ni aburrimiento. Tampoco dudas, preguntas ni agobios. Han sido cuatro meses de disfrutar lo que viene, de reencuentros, de descanso y desconexión digital sin habérmelo planteado. Simplemente no me ha apetecido y he preferido disfrutar de esa conexión real que abraza, que tiene voz y que luego sólo puedo disfrutar a través de una pantalla.
Mural en Sangüesa, Navarra.
También han sido cuatro meses reconectando. Reconectando con esa conexión que se abalanza sobre ti, con una sonrisa, mucha energía, y te llama tía. Y de esa que, con mil arrugas en la cara, te mira como si te viese por primera vez (aunque te viese ayer), te besa y te dice que estás guapa y repite lo mucho que has crecido, aunque lleves años sin crecer.
Cuatro meses reconectando con una familia de la que me siento orgullosa y agradecida, y que, a más tiempo paso fuera de casa, más valoro. También reconectando con las amigas que, cada una en su momento de vida, saca un rato para saborear una cerveza o dar un paseo.
Ha sido un invierno con sabor a primavera, que pese a todo lo negativo que eso implica a modo global, me ha hecho más fácil resistir a un frío navarro al que cada vez estoy menos acostumbrada. Aunque desconectada de lo digital, he estado reconectando con mi yo del pasado, esa que hizo su primer viaje a Asia cargada de dudas y miedos, y he estado escribiendo(me) en voz baja e íntima en un proyecto más personal que este blog. Proyecto que me ha hecho tener los sentimientos a flor de piel por tanta pasión y energía que estoy metiendo y que, también con todos mis miedos, dentro de poco, espero, tendrá el formato de un libro en papel.
Han sido cuatro meses en los que el tiempo, a pesar de la calma, se me ha echado encima. Y me gusta que el tiempo se me eche encima, que no me alcance, que me cunda y que se disfrute. Que los días pasen tan rápidos que me sorprendan llegando a la fecha marcada. Será por eso, que vuelvo a escribir por aquí, me digo. Porque en una semana, el 2 de abril, empiezo un viaje nuevo. Primero se casa mi mejor amiga, razón por la cual haya estirado hasta ahora mi estancia aquí. Tras compartir un día de alegría tan maravilloso como ese; tres días después vuelo a Viena con intenciones de visitar esa parte de Europa que no conozco: Eslovaquia, Hungría, Eslovenia y dirección a Grecia descubriendo los Balcanes. No sé cuánto tiempo tendré por delante, si volveré en unos meses o lo estiraré, como ya va siendo costumbre, hasta los meses de invierno. Tampoco es algo que me importe.
Será que reconectando, bajando el ritmo y analizando, con el tiempo y con estos cinco años que llevo viajando, me he hecho consciente de que estoy viviendo exactamente como me gustaría estar viviendo. Y eso me hace sentir muy completa y feliz.
¡Pues mucha suerte para esa nueva etapa viajera! Y que la disfrutes, aunque sé que lo harás.
🙂
¡¡¡¡Gracias!!! Iré contando