Recupero un texto que escribí tras mis dos días en Singapur. Y es que al leerlo hoy, me he vuelto a ver allí, rodeada de gente, de silencio y respirando esos aires, cargados de sensaciones tan diferentes al resto de Asia.
Viajar a Singapur fue como viajar a una evolucionada Europa. O, al menos, de la Europa que yo recuerdo.
Al llegar allí, lo primero que me llama la atención es el silencio. Estoy en una parada de metro principal, cientos de personas se mueven de un lado al otro a mi alrededor, y aquí no se escucha el más mínimo ruido. Tanto me sorprende que grabo un vídeo*.
Más tarde vienen las preguntas, ¿es este silencio realmente sorprendente o es que tanto tiempo en Asia ha hecho que ya no esté acostumbrada a esto? Decido que no, que Madrid o Barcelona eran, sin lugar a duda, más ruidosas que esto. Dudo entonces al compararlo con Berlín, y no me sé contestar. Al fin y al cabo, quizás sí, quizás he pasado mucho tiempo en Asia.
Lo siguiente que me llama la atención de Singapur, y aunque sé que suena raro, son los olores. ¡Todo huele bien aquí! El metro, los mercados, la gente... Y no es una crítica a todo lo demás, ni mucho menos, Malasia no huele mal, pero es que Singapur huele bien. A recién lavado, a suavizante.
En Singapur todos visten bien, llevan ropa bonita y se mantienen a la moda. El maquillaje está bien utilizado y todos parecen venir o ir a su trabajo de oficina. Mis pantalones cagados ya no parecen tan libres, tan graciosos, y me dan un aire de desentone, de payaso. La ciudad es bonita, limpia, ordenada, y todo parece funcionar correctamente. Los precios con Malasia parecen no haber cambiado, todo ronda entre los 1 y los 15, pero, a decir verdad, el cambio de moneda a más que duplicado los precios.
Se escuchan continuos consejos, avisos, la policía parece estar para ayudar al ciudadano de sospechosas amenazas y se pide a los pasajeros que cedan sus asientos. Y es que todos afirman que la seguridad es algo de lo que Singapur disfruta. Y Singapur parece estar en continuo aprendizaje. Quieren convivir mejor, ser mejores.
Y lo están consiguiendo.
La mezcla de culturas pasa desapercibida, porque cuando algo es diario, real, y bien llevado, deja de ser algo sorprendente, algo por lo que darse palmaditas en la espalda. Indios, americanos, singapurienses, malayos, chinos, europeos y australianos, budistas, musulmanes, ateos e hinduistas, conviven en una pequeña isla que puede ser recorrida, de punta a punta, bajo tierra.
Y, sin embargo, tras tan sólo unas pocas horas en la ciudad empiezo a echar de menos, a añorar, todas aquellas sonrisas sinceras que me habían acompañado todo el camino. Y quiero dejar Singapur, que se me antoja triste, vacía de sonrisas y miradas, las cuales van únicamente dirigidas a aquellas pantallas aferradas a las manos de esas caras iluminadas.
*El vídeo que grabé en la estación de metro no lo tengo porque lo perdí al perder el móvil con el que fue grabado.
Que bonitas las fotos....me encanta la de las guirnaldas de flores.....Me gustaría haber estado alli para olerlas....!!!!!!!!!!!
gracias otra vez por compartir todo con nosotros.
me perdí la exposición...sentí mucho no poder verla.