La primera vez que escuché eso del Sol de Medianoche me sonó poético. Bonito. Lleno de dulzura y sentimiento. Casi irreal. Como el verso de una balada, o el punto final de una carta de amor.
Quizás era que tenía el día tonto. O que me sentía romántica. No lo sé. Pero, en ese momento, me imaginé a mí, en un barco, a muchas millas de tierra, disfrutando de una noche en la que no anochecería, de un día eterno, sin fin, en el que, por qué no, estaría acompañada, con el agua, con el frío, con el silencio y con el sol como mi mayor y principal celestino.
Y aunque el norte de Noruega es más conocido por sus auroras boreales, yo viajaría en mayo, cuando, por la falta de noche se hace imposible ver aquellos haces de luz verde que dejan sin palabras a todo aquel afortunado que consigue hacerse un hueco entre las nubes del invierno.
Poco me importaba a mí, que la expresión de Sol de Medianoche me había enamorado. Navegaríamos tan al norte que cruzaríamos la frontera geográfica del Círculo Polar Ártico y el sol nunca se iría.
Era nuestra última noche, aquella que se llena de buenos deseos y despedidas, de fiesta desenfrenada y cierto toque de nostalgia. Porque, sin quererlo, empezábamos a decir adiós a siete días de sorprendentes paisajes, de excesos culinarios y charlas acompañados de café. De mojitos, risas y bailes nocturnos.
Pero aquella noche nunca llegó. Porque no anocheció.
Era la una de la madrugada y el sol descencía rozando las montañas. Corrimos, queríamos capturar aquel curioso atardecer a horas tan poco comunes. Echamos mil fotos pensando que cada una sería la última. Pero la última nunca llegó. Media hora después, el sol todavía seguía ahí, caminando horizontalmente, todavía visible.
El viento y el frío nos acompañaban a aquellos que quisimos disfrutar de aquel atardecer infinito. Los tonos anaranjados llenaban el cielo, reflejándose en un mar calmado en el que nos abríamos paso.
Era de noche, pero permanecía de día. El sol se escondía tras algunas montañas, pero aparecía segundos después, recordándonos que sólo jugaba. Porque decidió esa noche que se había hecho mayor y que él también podía trasnochar. Como nosotros, que con la ilusión y la magia del momento nos resignamos a irnos a la cama. Disfrutando del día más largo, de aquella noche eterna en la que no se fue el sol.
Hola! Muy buena nota, me gustaria saber el itinerario, precios, como hiciste para ir hasta alla, etc. Graciasss