Nos habíamos escapado de la ciudad. Estábamos en mitad de la nada, en un parque nacional, en un observatorio. De noche. Huíamos de la contaminación lumínica para poder observar las estrellas. Disfrutarlas. Saber más de ellas. Aprender de la majestuosidad que nos rodea y que el día a día no nos permite observar. Estaba oscuro y las estrellas parecían caer sobre nosotros en el Leoncito, Argentina. Veíamos la vía láctea, Marte, Júpiter y la constelación de Escorpio. La cruz del sur, que supe entonces que sólo se observa desde este hemisferio. Una estrella fugaz. Una música suave de fondo y unos 30 turistas reunidos en el alto de un pequeño cerro.
De pronto, una luz. De esas malas. Intensa. Prolongada. Muy directa.
Era un flash.
Una foto que inmortalizaba un momento y borraba las estrellas por un instante. Después, una petición algo aguda.
Quédate quieto, que si no sales movido.
En contra de lo que pensé, el señor a cargo de la sesión no impidió las fotos, sino que las incentivó. Mejor de este lado, y desde este enfoque, le dijo a la madre que quería tener una foto de su hijo mirando por un telescopio. Se continuaron los flashes, borrando las estrellas por un segundo, y la magia por el resto de la noche.
Me enfadé. Mucho. Más de lo necesario (a decir verdad). Como si yo fuese la turista perfecta. La que no toma fotos.
Me costó entender. ¿Para lanzar un flash vienes aquí, a mitad de la nada? ¿Qué pasaba? ¿Había el turismo matado la magia? ¿Qué era ahí lo que importaba? ¿Las estrellas, el telescopio, la explicación? Quizás nada de eso, quizás la foto que dejaría el recuerdo. Ese recuerdo que dijese yo estuve allí, y miré por ese telescopio, importándome bien poco y olvidando qué fue lo que vi a través de él.
El turismo mató la magia, quitó la emoción.
Apenas dos días después fui a Ischigualasto, el valle de los muertos o el mal conocido como Valle de la Luna, en San Juan, Argentina. Al pagar la entrada y decir que iba a pie, me dijeron que tenía que encontrar un coche al que sumarme.
Y es que las visitas son en coche, y guiadas. Saldremos todos juntos, cuando se reúnan los autos.
En poco más de cinco minutos encontré una pareja bien simpática que me aceptaba en su coche y nos pusimos en la fila. Junto a nosotros, una caravana de más de 30 coches se sumergía en el maravilloso valle, con sus maravillosas figuras moldeadas por el agua y por el viento. Un paisaje lunar, con una historia del triásico a la vista de todos. Un paraje inigualable para disfrutar tranquilamente... tras un cuatriciclo.
La velocidad de crucero será 40 kilómetros por hora, ni más rápido ni más despacio, y es que no pueden perderse. Iremos todos juntos, en caravana, daré la explicación y tomarán las fotos ¿entendido? (¡Ah! Y no nos detendremos más de lo necesario porque otros 30 autos vienen detrás, omitió decir).
El parque era impresionante. Como de otro mundo.
Tal y como nos informó con anterioridad un guía que tenía aburrido su discurso, hicimos 4 paradas. Interesantes. Hermosas. En cada una de ellas nos explicó cosas interesantísimas y nos aportó datos de valor que caminando en solitario nunca hubiese descifrado. Caminamos poco, juntos y en manada. Echamos las fotos oportunas en los escasos 5 minutos que nos ofrecía. Trabajando duro para poder dejar fuera de encuadre a las otras 100 personas, que, en vano, intentaban hacer lo mismo.
El paisaje era apasionante y sin embargo, mi sensación agridulce. ¿Qué había pasado con el viajar despacio? No sé, disfrutar del paisaje. Sentarse en algún lado, escribir un rato. No sé, tomarnos un mate. Tenía las fotos, tenía el lugar y, sin embargo, algo en mí sólo quería acabar.
El turismo mató la magia, se llevó la emoción.
Por fin acabó, y la gente parecía contenta. Al fin y al cabo, quizás la rara sólo era yo.
Nos pasó exactamente lo mismo! Una pena estar en tan tremendo lugar y no poder disfrutarlo despacio, por el en contrario tener que seguir una manada de autos yendo al mismo lugar, sacando las mismas fotos, y apurándote si te queres quedar contemplando esa belleza un poco más. Somos varios los "raros" que no nos gustan los tours y preferimos hacerlo a nuestro tiempo, disfrutando del mismo. Abrazo!
Qué pena! No es un comentario que me guste recibir de un lugar tan hermoso... pero sí, a mí me pareció sobreexplotado. Un abrazo!
Hola! Estuve en Ischigualasto hace dos semanas, y mi sensación fue la misma... supongo que es el precio a pagar por que el lugar sea popular, accesible y tenga instalaciones. También estuve en otros parques cercanos, como El Leoncito, o incluso Sierra de las Quijadas. Ahí hay menos turismo, menos apuro, paisajes similares no contaminados por ese tipo de turismo... no dejes de conocerlos!
Hola Rodrigo! Una pena que tuvieses la misma sensación, aunque era de esperar si no estás tan acostumbrado a tours. Disfruté muchísimo el Leoncito, las quijadas y el cañón del Atuel en San Rafael, pudiendo recorrerlos a solas y con tranquilidad. Aunque respecto a la visita nocturna del Leoncito...pues ya ves también la experiencia! Me sorprendió, sobre todo, la actuación de los guías...
Cuántas razón tienes! Yo tengo esa sensación muchas veces...