He escrito poco (en el blog) estos meses. Es raro, pero este viaje en el maletero está siendo como un retiro del mundo, un viaje hacia mi interior, hacia mí misma. Y es curioso, no deja de sorprenderme, porque quizás esperé algo así del Sudeste asiático, de México o de Tanzania... Sin embargo, los mayores aprendizajes sobre mí misma están viniendo en España, en el maletero de un Ibiza moviéndome (menos de) cuarenta kilómetros al día.
Digo que he escrito poco en el blog y en las redes porque la verdad es que he llenado ya de palabras, trazos y reflexiones dos libretas de viaje. Hoy quiero compartir con vosotras un retazo que escribía, hace ya algún mes, en algún rincón de Asturias. Recuerdo que era en un bosque de frondosos verdes, que había una catarata hermosa y que estaba sola. Recuerdo estar ahí, a la sombra de varios robles, más de dos horas. Recuerdo, sí, que llevaba ya varios días sola y que, como siempre, me preguntaba entonces por qué hacía lo que hacía. Recuerdo que había hecho unos ejercicios de ChiKung en un intento (más) de canalizar esas energías intensas que provocan el viaje y que, sorprendentemente, tanto me ayudan.
Aquí van las líneas:
"A veces siento que me falta un plan, un proyecto, una idea, una acción. Muchas veces me pregunto por qué y para qué... Sin embargo, en este viaje estoy aprendiendo la contemplación, la meditación, vivir conscientemente y en el momento. Vivir en presente, preguntarme cómo me siento (continuamente) y aceptarme en cada proceso. Quizás hay quien se va a la India para eso, quien se encierra en un convento... Yo.. Viajo en mi maletero. "
Reflexionaba ayer al teléfono con una buena amiga sobre esto. Es curioso como este viaje me ha puesto frente a mí misma muchas más veces que cualquier otro viaje. Es curioso cuántas cosas, y tan intensas, he vivido sin salir de España. Este viaje me ha dado muchísimo tiempo conmigo misma y me he preguntado infinitas veces qué hacer con él. Este viaje me ha dado (relativa) poca compañía. Me resultaba curioso cómo leía continuamente quejas sobre la falta de tiempo y a mí me sobraba tanto que me provocaba dudas. Este viaje en el maletero por España está siendo un viaje solitario y ahora, a estas alturas, disfruto muchísimo de ello, pero no ha sido fácil en ciertos momentos. El maletero es más solitario que el viaje mochilero. Mochileando vas a hostels donde hay otras mochileras, otros viajeros. Moverme a cuarenta kilómetros al día me ha hecho caer (a propósito) en lugares menos conocidos, más solitarios, con gente menos abierta o más metida en su día a día que no siempre tiene ganas de compartir. A veces las ganas tampoco las tenía yo. Como digo, no ha sido un viaje como el resto.
En este viaje he visto paisajes maravillosos, hermosos y únicos. He caminado más de cien rutas increíbles, he conocido un nuevo camino de Santiago y he hecho un voluntariado en el que reconstruíamos una casa del 1200. He pasado horas sola mirando el paisaje. He vivido en una caravana, también en la montaña en un pueblo sin luz, he convivido con punkis que se han convertido en buenos amigos. He trabajado en el huerto y también rodeada de abejas extrayendo la miel (¡nunca me hubiese imaginado capaz de esto!). Estos últimos días los he pasado en la vendimia, tras la que, días después, todavía me duele la espalda (que no os engañen las imágenes románticas del campo en vendimia). Tras quince días dando mi máximo, me han dejado las puertas abiertas para poder volver otro año.
Ahora vuelvo a la soledad, a la calma y al tener tiempo de sobra. Vuelvo a ellos con ganas, con energía renovada y consciente de cuánto lo he echado de menos. Vuelvo a mí diciéndome lo fácil y rápido que puede ser empezar una vida nueva y estable en un lugar.
Después de estos meses de experiencias y de volver a "la realidad" por unos días, todavía me sorprende más este mundo en el que vivimos. Me sorprende lo poco que conocemos de aquello que nos rodea; no somos capaces de reconocer los árboles en un bosque, ni siquiera cuál es el que nos ofrece peras o manzanas, es raro quien sabe la fase de la luna en la que estamos o quien adivina la hora por la situación del sol, pero sabemos qué pasa en la Palma, en Malasia y quien gobierna en Estados Unidos. No sabemos en qué estación se dan las berenjenas o las avellanas ni cuándo deberíamos sembrar un tomate, cuándo emigra cada ave... Pero sabemos hacer excels complicadísimos (que nadie lee), retocar una foto y qué equipo de fútbol juega hoy. Me sorprende que cada vez sea más difícil caminar de un lado a otro sin tener que pisar una carretera. Que acampar esté prohibido y que sea raro cambiar a menudo de trabajo. Que tantas personas se sientan solas a pesar de ser tanta gente (y estar extracomunicados). Me sorprende ver cómo invertimos nuestro tiempo y cómo nos quejamos, continuamente, de la falta de éste. Me sorprenden las prisas, las ansias y que seamos tan inconscientes.
No sé si lo he dicho alguna vez ya, pero ahora, más que nunca, me sorprende quien va un mes a India a un curso para volver renovada o aquella que paga dos mil euros por un retiro de una semana en la montaña.
(Haberlos hailos, como las brujas)...
Me sorprende, porque no creo que necesitemos un retiro, India ni Mindfulness, quizás lo único que todas necesitamos es quedarnos de verdad solas, rodearnos de naturaleza, poner los pies desnudos sobre la tierra y apagar el móvil. Y no esperar nada... Porque, creo, es necesario aprender que no habrá grandes cambios, revelaciones ni despertares instantáneos. Quizás, lo más probable, es que el primer día ni siquiera se sienta bien.
Y si suena tan fácil ¿por qué nunca lo hacemos? Porque ¿para qué? ¿Por qué? Si eso no es práctico, ni eficiente ni productivo. No está bien no hacer nada. (Si, además, la contemplación, sin pretensiones, no puede compartirse en Internet...)
Porque tú, Patricia... ¿Qué haces cuando viajas? ¿por qué? ¿Para qué?
Pues mira, no sé. Para preguntarme el porqué. Para preguntarme por qué la gente trabaja y espera que llegue el fin de semana para gastarse lo ganado tras 8 horas diarias. Para descubrir cómo es caminar descalza, meter los pies en una cascada helada o ir descartando las formas de vida que no me encajan. Para aprender a no hacer nada.
No lo sé.
Quizás como forma de aprendizaje con la que dejar de sentir que estoy sola y sentirme conmigo misma. Quizás para asumir que no necesito un objetivo ni un proyecto, que no tengo que ser productiva y que, simplemente, estoy aprendiendo (continuamente) a sentirme viva.
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