Tengo que escribir este artículo, para sacarlo de mí, para explicar lo vivido y poner en claro los pensamientos que me rondan desde que dejamos Tanzania. Para explicar cómo es volar en tiempos del Coronavirus, cómo tuve que tomar tres aviones, cruzar tres países, para, después, cruzarme el norte de España en plena desescalada. Porque todo se me hizo, y se me hace todavía, bizarro y absurdo.
Escribo tras más de diez días en casa, en cuarentena preventiva y preguntándome qué viene ahora. Repitiéndome que crucé tres países y tres comunidades autónomas, en las que nadie, ni siquiera los diez policías que nos recibieron todavía en la pasarela de embarque, tuvo ningún interés sobre de dónde venía ni a dónde iba. Abrazando, por fin, a mis padres, que después de más de dos meses, aún no han podido salir a La Rioja, provincia que tenemos a quince kilómetros de nosotros.
"Todo español que quiera volver a casa podrá hacerlo" dijeron. Y así ha sido. Eso sí, en ese aviso, nadie aclaró que no tendría ningún tipo de información, ayuda o de que fuese fácil. Volar en tiempos de Coronavirus tiene algo de odisea, algo de surrealista y mucho de absurdo.
VOLAR EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS
Ya expliqué en el artículo anterior cómo y por qué dejé Tanzania en unos tiempos raros, convulsos y llenos de incertidumbre.
Tras más de un mes vigilando los vuelos, los precios y ver cómo, una y otra vez, los vuelos aparecían y desaparecían de las páginas web fui al aeropuerto de Dar es Salaam. Ese mes de paciencia me aclaró que en estos tiempos de pandemia comprar un billete no era sinónimo de poder volar.
En el aeropuerto, una chica preocupada, desquiciada y sobrepasada por la situación me lo confirmó. "Si quieres volar, es mejor que vueles cuanto antes. No hay datos, ni seguridades de que esto vaya a cambiar antes del 1 de julio, y mucho me temo de que no lo hará después".
El aeropuerto estaba vacío a excepción de unos trabajadores tanzanos y cuatro o cinco extranjeros que, como yo, se movían despacio de un lado a otro. Nadie más. En la pantalla, el único vuelo que salía del país. Los bancos de asientos precintados alternativamente invalidando así su uso.
Compré el billete ese mismo día para el único vuelo que salía de Dar es Salaam. Un billete que, un mes antes, cuando abrieron las fronteras, me pareció horrible por los transbordos y por el precio, un precio que, en vez de bajar, había subido.
La terminal dos estaba abierta para doce personas, las doce personas que volábamos. Como era de imaginar, para volar en tiempos del Coronavirus, cada uno de nosotros teníamos una historia increíble y diferente, como el suizo que llevaba cinco meses trabajando en la construcción de molinos (y que se alegraba de que, por fin, hubiese llegado su repuesto) o el alemán que había ido a Dar es Salaam para casarse con su novia y ahora volvía, solo, a Alemania hasta ver qué pasaba con toda esta situación.
El avión, que repito que era el único en toda la terminal dos, salió con más de una hora de retraso, demostrando de forma muy simbólica, una vez más, las características del país y su relación con el tiempo (que ya escribí aquí).
Cada uno de nosotros (menos los que viajaban juntos) volábamos en una fila y, al contrario de lo que yo hubiese creído, lo hicimos en filas contiguas, apiñaditos, dejando la parte trasera del avión totalmente vacía cubierta por plásticos, lo que daba un aire fantasmal al avión cuando te dirigías a los baños.
(¿No es todo esto surrealista para alguien acostumbrada a viajar en aviones low cost atestados de gente?)
Nos hicieron firmar un papel en el que confirmábamos que llegábamos de un país sin casos de Covid (¿cómo va a haberlos si no hay ningún tipo de comunicación del gobierno?) y, quien quiso, viajó sin mascarilla (¿no veníamos todos de Tanzania, sin casos en el último mes?).
El ambiente cambió en Addís Abeba, Etiopía, donde, a pesar de que el aeropuerto también estaba en los mínimos, había más viajeros y unos diez vuelos. Quien volaba, y esta es una opinión totalmente subjetiva (como todas las demás, en realidad) era gente de alto poder adquisitivo, y que, al contrario que yo, no parecían volver de haberse quedado atrapados, si no que volvían de algún tipo de viaje más corto. Me sorprendió, además, la cantidad de sanitarios en algún tipo de misión humanitaria que volaban en tiempos de Coronavirus.
El avión, éste sí, era grande y tenía tres hileras de asientos. Por cada nueve asientos estábamos tres personas, por lo que, ya de noche, pudimos tumbarnos todo lo largos que éramos sin que ningún tripulante pusiera ninguna pega. En este vuelo, siguiendo lo ocurrido en el vuelo de Tanzania también hubo quien viajó sin mascarilla sin ser aconsejado a ponérsela.
La mascarilla pasó a ser obligatoria en el aeropuerto de Frankfurt, donde, además, nos chequearon de nuevo las mochilas y los pasaportes, asegurándose que tendríamos un vuelo de salida del país. De no ser así, lo más probable es que hubiésemos tenido que hacer cuarentena en Alemania o haber tenido que solucionarlo con la embajada.
El tránsito en Alemania apenas duraba una hora. y en la puerta de embarque a Barcelona volvimos a ser unos doce, de los que, deduje, la mitad éramos españoles volviendo a casa mientras que la otra mitad eran extranjeros. Hablé con una pareja joven de catalanes que, después de más de dos meses de incertidumbre en Australia, tras haber perdido sus trabajos, habían decidido volar en tiempos del Coronavirus y volvían a casa con la intención de pasar estos tiempos tan raros.
El avión volvió a volar prácticamente vacío mientras que nosotros, distribuidos en diferentes filas, estábamos apiñados en poco más de seis, dejando, de nuevo, la parte business y la trasera totalmente vacía. La única diferencia entre volar en tiempos del Coronavirus y en tiempo normal, junto al número de pasajeros y las mascarillas, fue la toallita desinfectante que nos dieron a la entrada del avión y que no nos dieron ningún tipo de comida a excepción de una botella de agua.
Cuando desembarcamos, y para nuestra gran sorpresa, unos diez policías nacionales nos esperaban en el puente de embarque, espitados, pidiendo pasaportes. A nosotros, todos cansados, semi dormidos y viniendo (algunos) del ritmo africano nos pilló por sorpresa tanta actividad en una España en plena fase de desescalada.
- ¿Eres española? ¿Eres española?
Yo, con mis pintas africanas; la falda, el bronceado, el ukelele y una mascarilla de motivos tanzanos respondía que sí medio dormida dando mi pasaporte. Cuando lo chequeó comparando mi cara con la de la foto me dejó marchar mientras gritaba, al resto que ya empezaban a rodearme, que todo estaba bien, que era española y que me dejasen pasar.
Había llegado a Barcelona, ya estaba más cerca de casa, después de volar en tiempos del Coronavirus. Y, ahora sí, tenía sentido esa pregunta que me hizo mi amiga cuando estaba en Tanzania, todavía sin billete y con la incertidumbre de si podría volar o tendría que quedarme en Tanzania.
- Tía, Barcelona está en fase 2 ¿cómo lo vas a hacer para llegar a Navarra?
Pues ya veré, le dije, aún estoy en Tanzania. Todavía estaba en el aeropuerto de Dar es Salaam comprando un billete que cruzaría tres países y que, todavía, no tenía la seguridad de que saldría o, peor todavía, si me dejaría tirada en algún lugar del globo como Etiopía. En ese momento, Barcelona en fase dos y cruzar España en desescalada era la menor de mis preocupaciones.
Por suerte, pude llegar hasta Barcelona, presentándome un aeropuerto, una ciudad y un país en plena desescalada. La chica que me ofreció ayuda cuando salí de recoger la mochila se rió, apurada, cuando le dije que necesitaba llegar a Navarra.
- Ay, mi chica. No lo sé, lo que quieres significa cruzar España en desescalada. No sé si puedes. Yo sólo puedo decirte dónde está el metro.
El aeropuerto de Barcelona, también en mínimos, había cancelado los autobuses lanzadera gratuitos que llevan hasta la terminal dos, por lo que mi única opción era alquilar un coche o tomar el metro hasta la estación de Sants o la estación del Norte.
Las búsquedas que hice en internet no eran nada halagüeñas. No había autobuses ni trenes que hicieran un trayecto directo hasta Navarra, por lo que yo, como el propio país, tendría que llegar a casa por fases.
Llegué a Renfe, donde una chica muy amable, después de resoplar al decirle mi situación, se afanó en buscar una solución. Hasta el viernes no había ningún tipo de tren que llegase al noroeste de España. Mi mejor opción era ir hasta Zaragoza en un AVE que, también, había aumentado los precios considerablemente al ser el único que comunicaba ambas ciudades y allí... allí ya vería, me dijo con una sonrisa compasiva.
- En tren no hay opciones.
Una vez en Zaragoza, el único autobús que unía Zaragoza con Tudela, el sur de Navarra, había salido diez minutos antes de mi llegada. Había intentado llamar a la compañía con la esperanza de que pudiesen esperar los seis minutos que, suponía, necesitaba para llegar hasta ellos y limitar así mis desplazamientos, pero fue misión imposible contactar con ellos, recibiendo cero ayuda de la atención al cliente de la Estación Delicias.
A pesar del movimiento que había en la estación de Delicias, ya en una provincia en fase 3, todas las ventanillas de las compañías de autobuses estaban cerradas. Por suerte unos papeles informativos avisaban de un autobús de Zaragoza con dirección a Tarazona, ciudad a siete kilómetros de la frontera con Navarra.
El autobús salió puntual e iba totalmente lleno. Cosa incomprensible después de tantas medidas de seguridad en la estación. Todo el mundo llevaba mascarilla pero no había espacios entre los asientos.
Mi padre, que tenía que pasar a Aragón para venir a recogerme, fue hasta la Guardia Civil para preguntar por la permisividad en un caso así para cruzar la frontera. Le dijeron que era una razón totalmente considerada de peso, pero no pudieron darle ningún tipo de justificante que lo asegurase en el caso de que algún control fronterizo le detuviese. La valoración de la acción recaería totalmente en el policía de turno.
Cruzamos dedos y funcionó. Condujo sin cruzar terreno de otras comunidades (algo no tan sencillo en la zona en la que vivimos ya que muchas de las carreteras que van a pueblos de Navarra pasan por La Rioja). No hubo controles y pudimos, por fin, reunirnos y llegar hasta casa, en Navarra.
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Guauuu... Toda una odisea. Y que bueno llegaste sana y salva. Yo creo que estaría con la ansiedad y los nervios atacando mi estómago. Hermoso tu viaje!!!!
Hola! La verdad es que fue toda una odisea.. aunque lo que peor llevé, creo, fue la gestión de la incertidumbre. No saber si podrás volar, si te quedarás tirada, si podríamos llegar, una vez en Zaragoza, hasta casa... Fueron dos días largos.
Un abrazo!