Espero que llueva mientras estás en Santiago, así podrás ver lo bonito que es que nos rodee la cordillera.
Al principio no entendí a que se refería mi amigo. Ni le di demasiada importancia. Acababa de llegar y bastante tenía yo con acostumbrarme a Santiago. Llegué con prisas, me había invitado a pasar el We tripantu en Santiago con él y no quería perdérmelo.
Pero ahora, allí, me sentía perdida.
Y es que tras más de dos meses vagando por el sur de Argentina y Chile fue raro volver a la ciudad. Volver a una capital. Me sentía lenta, algo pesada. Cansada. En unas horas, había dejado atrás lagos, pájaros, árboles y gamas de verdes. Gamas de rojos. La tranquilidad y la paz. Había dejado de caminar en soledad entre paisajes de postal para caminar entre ríos de personas, rodeada de ruido y pitidos irreverentes, embutida en vagones de gente sin cara que no observa a la gente.
Volver a una capital se sintió raro. Más de dos meses en el sur me hizo ser consciente del sabor del agua. Lo sentía bizarro. Me percaté de la deshidratación de mis labios y la sequía en mi nariz, que escupía negrura. Volví a correr ante un coche que derrapa por un color verde. Miré al cielo, y vi esa magnifica cordillera como si fuera un reflejo, camuflada entre nubes que no son nubes y me dolieron los ojos debido al smog. Me sorprendió escuchar esas cuatro letras en cada conversación. Me encontré esperando a que lloviera para poder ver las estrellas.
Fue llegar a Santiago, y olvidarme automáticamente de esos nombres de árboles que decoraban todos mis paisajes. Y que tanto tiempo me llevó aprenderme. Fue raro (re)acostumbrarme al continuo bombardeo de publicidad. Cambiar el copihue, el diente de león y la araucaria por la lechuga envasada, el cicatrizante en tubo y una bandera de Chile que apenas ondea, porque el viento ya no corre entre el cemento.
Me sentía extraña. Como quien no pertenece, como quien no entiende. Y, sin embargo, y al mismo tiempo, me sentí en casa.
WE TRIPANTU EN SANTIAGO
Con esas sensaciones llegué a la Ruka* del hospital de la comuna de San Miguel a las diez. Era allí donde se celebraría el We tripantu al que estábamos invitados y, casi, éramos los primeros. Desde que una amiga me nombró por primera vez esta celebración, y me hizo consciente de que estaría en Chile en esas fechas, supe que me encantaría participar. Verlo desde cerca. Experimentarlo. Pero nunca imaginé que celebraría el We tripantu en Santiago. La realidad es que había ansiado unirme a una celebración en la zona de Valdivia, Temuco o en el alto Bio Bio, donde los mapuches se encuentran en mayor concentración, y donde, sin duda, las celebraciones se llevarían a cabo de una forma más tradicional, pero, por una razón o por otra, nos había sido imposible.
Cuando ya no creía que pudiese vivir la celebración, me invitaron a pasar el We Tripantu en Santiago. Demostrando de nuevo que el viaje es así, impredecible.
We tripantu significa en mapundungun "nueva salida del sol y la luna" y es la celebración del fin de año mapuche, el inicio de un nuevo ciclo, coincidiendo con el solsticio de invierno en la parte austral del país. Se celebra la noche más larga, el comienzo de las noches más cortas y el comienzo de la época de lluvias, con las que comenzará el crecimiento de la nueva vida.
El resto de invitados fueron llegando, cada uno de ellos (al igual que nosotros), con algo de comer y algo de beber que sería cocinado tras la celebración. Parte de las mujeres, y mi amigo, nos pusimos a dar forma a las sopaipillas** que se comerían a lo largo de la jornada. Y, con alegría, comimos algunas de las primeras cuando salieron del fuego acompañadas de un té cocinado en el centro de la ruca.
Fue durante este té cuando hablamos de salud. Al fin y al cabo, estábamos en una ruca en el terreno de un hospital y eso no era casualidad. Si la ruca estaba allí, si yo estaba allí, era porque se está trabajando en una integración de la medicina mapuche (o tradicional) en Santiago.
Los mapuches se enferman cuando vienen a vivir a la ciudad.
Me dijo la trabajadora social compañera de trabajo de mi amigo. Y quién no, pensé yo, que me dolía la garganta, me sentía débil y, sobre todo, muy perdida.
No están acostumbrados a tanto cemento. Pierden la conexión con la tierra, y el mapuche tiene una unión muy especial con ella. Se enferman, de forma grave, y muchos no mejoran hasta que vuelven a la tierra. Al sur. A sus orígenes.
Dejé que esas palabras revolotearán por mi mente mientras seguía el ritual. Salimos al jardín, donde se encontraba una gran figura de madera con dos banderas azules y dos blancas que habían sido renovadas ese mismo día. Nuevo año, nuevo ciclo. A sus pies, comida y bebida a forma de ofrenda, ésta rellenando botellas de plástico de Coca-Cola. Tan incoherente, pero tan real.
Algunos de ellos se descalzaron, para estar en contacto con la tierra, y evitar así un poquito de ese exceso de suela. Que te carga de energía, y por eso a veces, nos damos calambres, explicaba la Lawentuchefe***. Se prohiben las fotos durante la ceremonia y la oración, aunque sí podréis registrar el baile y la comida, nos aclaró.
Cuando cada uno de nosotros tenía una rama de maqui en la mano que una señora mapuche trajo de su jardín, comenzó la oración. Entre el español y el mapundungun se fue sucediendo la celebración, donde hubo momentos que no entendí, momentos en los que me sentí muy ajena y, por el contrario, momentos en los que me sentí parte de todo aquello. La Lawentuchefe lideraba la oración tocando el kultrun junto a tres señoras más y un chico que tocaba un instrumento basado en un cuerno. Repartió remedio para todos dando una porción extra a aquellos que lo necesitaban, sacudimos la rama repitiendo una frase y nos salpicó agua con la rama de maqui por nuestras espaldas. Y comenzó el baile. En círculos, alrededor de la figura de madera y cada vez más enérgico. Cada vez más integrado. Cada vez más sentido. Y nos dimos la mano. Formamos un círculo con el que compartir la energía, para dar a aquellos que lo necesitaban y recibirla de aquellos que nos daban. Creando un momento muy especial y muy bonito.
Después de eso, nos dimos un abrazo, uno por uno, cargado de buenos deseos y buenas energías.
Y comimos. Celebramos. Entre risas e historias. Cargada de curiosidad y paz interior.
Y se sintió raro.
Se sintió raro estar tan cerca de la tierra entre tanto cemento. Estar tan cerca de gente tan lejana. Compartir tanto en tan poco tiempo.
Se sintió raro estar más cerca de todo eso, que de Santiago.
*Ruka: casa y lugar de reunión de los mapuches.
**Sopaipilla: Comida típica chilena basada en harina frita.
***Lawentuchefe: Persona del pueblo mapuche que conoce las propiedades curativas de las distintas hierbas medicinales (lawen) y sus características sanadoras aplicada a las personas. Dicho conocimiento lo aplica para ayudar a restituir la salud de las personas afectadas de dolencias y males. Debe tenerse presente que el lawentuchefe no es chamán y por tanto, no debe confundirse con un machi.
Que maravilla cada uno de tus viajes y experiencias!!!!!
A la par que aquellas personas te desearon lo mejor en dicha celebración, yo también comparto mi deseo; espero que continúes creciendo y evolucionando, describiendo el proceso aquí para que todos podamos disfrutar de él y sentirnos de alguna manera cercanos a ti
Eres increíble y valiente, besos!