Desde que llegué a la montaña, unos meses atrás, una frase se repite continuamente en mi cabeza. Niña del verano. Lo que eres, lo que soy, es una niña del verano.
- Niña del verano, no sabes nada, tú que, con tanto viaje, creías que lo sabías todo.
Y os pongo en situación, porque sé que ando desaparecida, que cuento poco, que no publico fotos y que no saludo demasiado en las redes. Será que, como ya os he contado, me siento un poco como en un retiro del mundo.
Hace unos meses que estoy perdida en un pueblo de montaña. Un pueblo que había sido abandonado, donde sus ruinas, casi cubiertas por las zarzas, fueron paulatinamente ocupadas por personas con una visión más alternativa de vida. Más autosuficiente, más precaria, más lenta. Más dura y, en cierto modo, más sencilla. También más libre.
Aquí casi nadie tiene un trabajo fijo, ni jefe ni horarios, pero siempre hay mucho que hacer. Un suelo, un tejado, un baño. Arreglar una manguera, un descosido o poner una reja. Desbrozar, matar un pollo o moler la harina bajo el hórreo. Vigilar las colmenas, cortar leña, recolectar setas, arreglar una gotera. Embotar excedente para conserva, secar semillas, hacer cremas...Y yo, con tantos estudios, tantos idiomas y tantos viajes a mis espaldas, tan niña del verano, aprendo mucho y aporto poco. Pues no sé qué flores hacen qué aceite, ni cómo funciona el molino ni el tiempo que necesita un pan para cocerse. No sé elegir el pollo que está preparado ni despiezarlo. Tampoco recolectar entre los cien tipos de setas que crecen en los bosques alrededor de mi cabaña. Ay, niña del verano, me digo, me repito, ¿qué harías tú sola si un día llegase el invierno?
Aquí no tenemos supermercados, tiendas, bares, ni (casi) carreteras. No tenemos ni luz, ni ducha, ni baño, pero, aunque mucha gente no pudiese verlo, estamos rodeados de abundancia. De agua, de árboles, de aire, de verde. De castañas, avellanas, setas y animales. Hay días, que vienen a visitarnos caballos salvajes, escuchamos el cadavo por las noches y vemos a diario huellas de jabalíes. Todos estos norteños han visto ya a un oso libre pasearse. El cielo, sin contaminación lumínica, luce más hermoso que nunca cuando se mea de noche y no hay nubes. El alimento y las flores son medicina y lo que se come (la mayoría) viene directamente de nuestras manos, pues todo se cultiva, se recolecta o se alimenta. También se mata. Nunca, nunca, había sido tan consciente de mi comida.
Aquí, todos llaman por su nombre a los árboles y, poco a poco, aprendo a diferenciar un abedul de un roble y un castaño de un avellano.
He aprendido a cortar leña, aunque todavía me falta fuerza, y ahora sé que, a veces, el agua te salpica cuando clavas el hacha en la madera. Mi primer aprendizaje fue montar bien una estufa para que ardiese durante horas.
Yo, tan niña del verano.
Los niños que han nacido aquí, niños que ya han pasado en la montaña algunos inviernos, me enseñaron el otro día a usar bien la azada y escogieron las piedras para hacer la escalera que estaba intentando cavar en la tierra. El más pequeño, que tiene cinco años, eligió la mejor piedra, cavó en la tierra y la situó mejor de que lo que lo hubiera hecho yo. Han pasado dos semanas desde entonces y la piedra, todavía estable, me sonríe cada vez que la piso cuando voy a tender la ropa en la colina que da el sol.
Habrá quien se ría, quien todo esto lo sepa, pero es lo que os cuento, me siento una niña del verano que no sabe nada, y que, además, mientras el frío golpea en mi cara, me doy cuenta de que los últimos años de viajes me he movido buscando el calor.
Se acerca el invierno, me digo repitiendo(me) una frase de la mítica serie, y yo sigo siendo una niña del verano. Por lo menos ahora soy consciente y, por suerte, estoy rodeada de norteños dispuestos a enseñarme.
Gracias por hacernos partícipes de esta experiencia tan única que estas viviendo!! Que bella navidad vas a pasar con nuestra Madre Tierra!! Paula Alvarez desde Argentina
Te agradezco la historia yo iré sola a Latinoamérica en verano y no sé si vovere. Algún consejo
Patricia, que urbanitas eres. jjjj.
Hola Patricia! Te escribo desde Uruguay a la espera de que todo éste tema de las restricciones de salir o entrar en otros países termine he decidido vender mi casa y volver a viajar he vivido en Canadá usa y también visite Italia y Francia y viajar es todo lo q deseo así que leerte es muy lindo y en especial éste último capítulo me intriga y me pregunto dónde te encuentras? Saludos Silvana.
Ka foto donde sale la bici es de postal, de ensueño, de paisaje del Señor de los Anillos. Yo vivo en Santander entre semana pero cuando llega el finde me voy a la casa del pueblo en los Valles Pasiegos, y es cuando más feliz soy, haciendo mis bricolajes o mi jardinería. Un saludo.